26/05/2021 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
El 10 de octubre de 1943, a las 10 a.m., el atleta olímpico Louie Zamperini se encontraba cayendo hacia el mar desde un avión B-24 de las fuerzas aéreas norteamericanas alcanzado por la artillería japonesa.
Louie (Jack O´Conell), es el personaje de “Inquebrantable”, la película dirigida por Angelina Jolie, con la que Netflix ha salvado a muchos, entre los que me encuentro, de ser aplastados por la depresión de la pandemia.
Louie se salvó, y estuvo cuarenta y siete días flotando sobre el océano, sereno, temerario y capaz de afrontar el peligro... pero no todo había terminado.
La película nos muestra dos años después a un joven Zamperini llegando a su natal California y siendo homenajeado por familiares, amigos y fans hasta la saciedad. Louie se conoce allí con una chica bonita y se casa con ella. ¿Comienza la felicidad allí? No necesariamente.
El filme de Angelina Jolie retrata luego el espanto cuando el joven cónyuge despierta a media noche con una pesadilla y, medio dormido, está a punto de estrangular a su mujer.
La historia nos muestra que efectivamente, al llegar a la playa, fue conducido como prisionero de guerra a un campamento. En la celda de apenas cuatro metros cuadrados, recibiría él un plato de arroz con gusanos al día y sería levantado cada media noche para sufrir una bestial golpiza y la tortura atroz de los soldados japoneses especializados en ello, que son llamados los “ángeles”.
La vida del hombre que ha triunfado y está de regreso en casa se convertirá en un infierno porque esos malditos recuerdos no lo van a abandonar jamás.
El alcoholismo, la droga, el fracaso laboral y hasta un posible divorcio son lo que viene luego. El vencedor de las Olimpiadas y de la guerra es el hombre más infeliz del mundo en medio de un pacífico pueblo californiano donde toda la gente lo quiere y admira.
Felizmente, a medio camino del infierno, Louie va a levantarse. La presencia del predicador Billy Graham y su discurso sobre la indestructibilidad del ser humano le dan un final feliz a la película y la convierte en un relato inspirador. Varios amigos me cuentan que la vieron en la televisión del hospital, y se convencieron, como yo, de la existencia de un alma tan poderosa y tan grande como la propia inmensidad del océano.
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