OPINIÓN | Carlos Jaico: "Nuevos horizontes para la democracia"
Las constituciones de los países democráticos han reconocido el papel primordial de los partidos políticos. Hemos hecho camino desde la antigua democracia ateniense, donde la democracia se sostenía sin partidos políticos. Es así que, de nuestros días, los partidos contribuyen a la formación de la voluntad política (Constitución de Alemania, art. 21; Constitución de Suiza, art. 137), a la expresión del sufragio (Constitución de Francia, art. 4; Constitución de Italia, art. 49) o a la consulta sobre temas de relevancia nacional (Constitución de Suiza, art. 147). En determinadas condiciones, el Estado controla el cumplimiento de las obligaciones de los partidos y puede disolverlos (Constitución de Alemania, art. 21). Sin embargo, en el Perú, los partidos solo se enuncian para la formación de la voluntad política (Constitución del Perú, art. 35). Es así que tienen poca incidencia en la formación democrática sin ser considerados como pilares para la institucionalidad del país. Esta situación difería de finales de la década de los 80, donde cuatro partidos de masa como el APRA, Acción Popular, el Partido Popular Cristiano y la Izquierda Unida, dominaban la escena política. En la década de los 90 vendría el ciclo de la atomización de partidos, de alcance regional y nacional, sin ideología o diferencia programática. Muchas de estas agrupaciones terminaron desapareciendo, multiplicándose o cambiando maliciosamente de denominación. A partir de ese momento, fue decreciendo la categoría de ciudadanos que se identificaban con un partido y votaban por él.
Fue allí que la democracia de partidos cedió el paso a la democracia de caudillos. En este proceso, la Constitución de 1993 atizó las oposiciones y contradicciones entre los partidos aupados en los poderes del Estado, dejando entrever sus fallas de origen, consecuencia de una mezcla explosiva entre los sistemas presidencial y parlamentario. Como consecuencia, el electorado muestra en esta década su rechazo con ausentismo y abstencionismo, favoreciendo a partidos de corte populista o a personalidades controvertidas. En paralelo, renuncia a su afiliación a los partidos y se asocia a los movimientos de protesta. La crisis de representatividad llega en este fin de año a su máxima expresión.
Así, treinta años después, este ciclo parece cerrarse y gran parte de los partidos hoy en carrera caminan hacia su desaparición, acelerada por la debilidad de sus convicciones.
Luego del 11 de abril, las pocas bancadas restantes tendrán la oportunidad de recomponer el escenario político y volver a ser el centro de la representatividad, unidas esta vez en una sola visión de país.