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OPINIÓN | Carlos Jaico: "Considerando en frío, imparcialmente"

"Los jóvenes del Bicentenario se lo dejaron bien claro, haciéndole ver que su asunción al poder tanto como la selección de ministros no podía obedecer a los amiguismos...".
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19-11-2020

Con un poema de César Vallejo, cerró su discurso el presidente interino del Perú, Francisco Sagasti. Como él, un 16 de noviembre del 2000 asumió la presidencia del Congreso de la República, el constitucionalista Valentín Paniagua Corazao. Las circunstancias fueron similares. Mientras el primero accedía a la presidencia luego de la vacancia de Martín Vizcarra, el segundo también lo hizo luego la vacancia de Alberto Fujimori prófugo en Japón. Ambos presidentes interinos llegaron para cumplir una labor muy concreta y precisa, en momentos cruciales. El primero debe en estos ocho meses cimentar el camino democrático hacia el bicentenario. El segundo tuvo que recomponer un país minado con la corrupción, flagelo que aún nos golpea. Ambos debían asegurar elecciones generales para pasarle la posta al nuevo presidente del Perú.

Paniagua tuvo mucho cuidado en nombrar los miembros de su gabinete. Debían ser personas cuyas cualidades morales y credenciales democráticas rompan con los perfiles conocidos durante la década de la dupla Fujimori/Montesinos. Sagasti deberá también optar por un gabinete que no refleje los conflictos políticos de estos últimos diez años. Deberá tomar en consideración el error del renunciante Manuel Merino de Lama, quien pensó hacer algo novedoso reciclando ministros de antaño.

Los jóvenes del Bicentenario se lo dejaron bien claro, haciéndole ver que su asunción al poder tanto como la selección de ministros no podía obedecer a los amiguismos de siempre. Se trataba y se trata del Perú, y es un cambio de generación y de valores lo que se busca. Allí radica la gran diferencia.

Los tiempos de Martín Vizcarra también van quedando atrás, y será la justicia quien juzgue. Queda al Tribunal Constitucional decidir sobre la demanda competencial acerca de la “incapacidad moral permanente”, noción convertida en un “cajón de sastre” a la medida de los avatares políticos, haciendo más fácil vacar a un presidente que a un alcalde. Y es que la Constitución de 1993 olvidó que la separación de poderes va de la mano con el principio de la colaboración entre poderes, que permita el funcionamiento armonioso y coordinado del Estado. Así, con una mesa directiva del Congreso, resultado del consenso de las bancadas, hoy se podría decir que acabaron las rencillas entre Ejecutivo y Legislativo con la disponibilidad para llevar adelante las necesarias reformas constitucionales.

Empieza entonces para Francisco Sagasti, un tiempo de paz institucional, condición necesaria para ocuparse de los tres presupuestos para el país: las elecciones generales, el Covid-19 y la reactivación económica.