06/07/2022 / Exitosa Noticias / Edic. impresa / Actualizado al 09/01/2023
La noche del 24 de diciembre de 1931, algunas señoras sacaban el pavo del horno en el local aprista de Trujillo. De pronto se escucharon estallidos de metralla. En la silenciosa ciudad de entonces, habló la muerte, y todos la escucharon durante 30 minutos que se hicieron eternos.
El gobierno de Luis Sánchez Cerro había decidido amedrentar a los ciudadanos que creyeran en la necesidad de un cambio en la injusta sociedad peruana. La central nacional de los trabajadores fue cerrada. Víctor Raúl Haya de la Torre fue encarcelado. Otros luchadores sociales sufrían persecución o eran víctimas de secuestros y asesinatos.
Ello explica en parte lo que ocurriría en la ciudad norteña el 7 de julio de 1932. El pueblo se levantó allí contra la dictadura. Manuel “Búfalo” Barreto, un de la caña de azúcar, capitaneó la rebelión. Armados de machetes, los campesinos de Laredo tomaron el cuartel y se apoderaron de los cañones. El “Búfalo” cayó atravesado por una bala al entrar a la cabeza de los suyos. En el mando, le sucedió Alfredo Tello Salaverría, un valiente maestro de escuela de apenas 23 años.
Pero no era solamente la cólera de los justos aquello que los empujaba a la contienda. Desde el comienzo del siglo XX, los sueños de la utopía social se habían propagado por el Perú y habían llegado hasta quienes más requerían de una esperanza. Semiesclavizados, los trabajadores de las grandes haciendas recibían su pago en especies alimenticias y en coca.
Además, soportaban castigos corporales que podían llegar hasta la mutilación y la muerte. La semana de la utopía, la historia se detuvo y Trujillo vivió en medio de sueños. El ejército atacó la ciudad por aire, mar y tierra. Todos se aprestaron a vivir los escasos días de la libertad entre las barricadas de una ciudad rebelde. Una sola mujer, “La laredina”, contuvo a un ala del ejército. Los trujillanos ganaron una batalla tremenda en La Floresta.
A la hora de su triunfo, las fuerzas del gobierno fusilaron a unas cinco mil personas, y se inició una persecución feroz que duraría décadas. Y, sin embargo, en la cárcel, en la pobreza o en el exilio, los sobrevivientes guardaron como un tesoro su esperanza. Se están cumpliendo 90 años de esa historia. La historia política del Perú ha cambiado, pero no la historia de Trujillo, la ciudad que no se rindió.
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