16/03/2022 / Exitosa Noticias / Edic. impresa / Actualizado al 09/01/2023
Mientras usted lee este artículo, se están cumpliendo ciento ocho años del nacimiento de Sarita Colonia, una joven peruana a quien las clases marginales del país han declarado santa, aunque la iglesia oficial no la canonice ni haya esperanza de que algún día lo haga.
Sarita no levitaba. No se hacía invisible. No atravesaba paredes. No se suspendía en el aire. No volaba por encima de las casas de Lima. No se aparecía ante los creyentes. No dejaba sobre los aires un místico olor y color de flores. El único milagro que se le puede atribuir -y de él proceden todos -es el milagro del amor.
Su vida fue común y corriente. La pobreza la acompañó toda la vida. Era una muchacha llegada de Huaraz al Callao. Sus padres no fueron pálidos príncipes sino serranos migrantes. Tal vez lo milagroso de esta muchacha es haber sobrevivido, ya adulta y sola, en los pauperizados barracones del Callao. Una presumible fiebre tífica y la atención deplorable de un hospital de pobres, las circunstancias de su muerte, también son usuales para la demografía.
En los años setenta nació la leyenda popular que le atribuye la condición de santa. El ámbito de esta creencia estuvo inicialmente limitado a Lima y el Callao, pero en los años recientes sobrepasó la frontera norte del Perú, y está conquistando ahora a mucha de la población hispano parlante de los Estados Unidos.
Un dato proporciona el perfil de los devotos: de los 890 milagros anotados por aquéllos en un cuaderno especial al lado de la tumba, 751 revelan el hecho -portentoso en el Perú- de haber obtenido un puesto de trabajo gracias a la intercesión de la santa informal.
Aunque en esos días todavía no estaba de moda la palabra “inclusión”, Sarita fue -en los sueños de sus discípulos- la promesa de que las enfermedades, las injusticias, las desdichas se acabarían y todos tendrían igual acceso a la felicidad. Sarita fue para los millones de peruanos pobres que la inventaron una santita con rostro cholo en el exclusivo reino de los cielos.
A treinta años de la novela que escribí en su nombre, “Sarita Colonia viene volando”, otra vez, invoco a Sarita Colonia, y en ella a la santidad de los pobres, porque aspiro a que la injusticia y la violencia retornen a la nada, se vayan al corazón de las sombras, y se pierdan en el día crepuscular que precedió a la fundación del universo.
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