OPINIÓN | Eduardo González Viaña: "Ribeyro y el secreto de Dios"
“El secreto de Dios está en que se deja ver muy poco”- nos contó Eduardo Galeano que le había dicho Juan Domingo Perón.
En septiembre de 1976, Julio Ramón Ribeyro y yo nos encontrábamos en una feria del libro de Frankfurt. Éramos los únicos peruanos entre unos treinta escritores latinoamericanos, a quienes los organizadores habían encerrado en un hotel a veinte kilómetros de la ciudad.
Galeano había conocido a Perón en el exilio de ambos, y le preguntó por qué razón no accedía a entrevistas. Aquella había sido su respuesta.
En las intervenciones del encuentro, era visible la antipatía entre el escritor uruguayo y el brillante colombiano Germán Arciniegas.
Si mi tocayo hubiera permanecido en Uruguay, la dictadura lo habría convertido en un “desaparecido”. Arciniegas era ahora un embajador de su país, pero tiempo atrás la dictadura de Rojas Pinilla lo había tildado de comunista y había mandado quemar sus libros.
Creo que la diferencia generacional era el problema.
Se me ocurrió que la frase sobre el secreto de Dios podía aplicarse a la relación entre el autor y sus personajes. Ribeyro estuvo de acuerdo. Nos tomamos unos vinos.
Entonces, a él se le ocurrió la idea.
-Vamos a hacer que los autores se conviertan en personajes- me dijo.
Comenzamos a redactar cartas supuestamente escritas por algunos de los participantes a la cita. Contendores, diferentes o sencillamente indiferentes se invitaban a almorzar al día siguiente en el restaurante del hotel.
-Galeano: lo invito a almorzar conmigo. Necesito hablar con usted.
-Doctor: ojalá pudiera venir a mi mesa. Lo invito.
Dejamos las cartas en la administración. Al día siguiente, nos sentamos en el centro del restaurante, y escuchamos conversaciones como ésta:
-Oiga, Galeano, no vamos a continuar hablando sobre el clima. ¿Para qué me ha invitado?
-Yo no lo he invitado. Usted lo ha hecho.
En otra mesa, una guapa poetisa caribeña pasaba el pie bajo la mesa al heroicamente soltero Wolfgang Luchting, quien supuestamente la había invitado para hablar sobre “aspectos íntimos de su poesía”.
Al final, un Galeano, a quien yo suponía un más sentido del humor, se quejó de que todos habíamos ido víctimas de un acto de “terror literario.”
-Él nos incitó cuando habló del “secreto de Dios”. Sin dejarse ver, ha juntado a muchos desconocidos- justificó Julio.
Ahora que pienso en el maravilloso cuentista, supongo que debe estar ayudando a Dios a jugarnos algunas bromas.
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