OPINIÓN | Eduardo González Viaña: "Morillo, narrador del fin del mundo"
Cuando lo conocí en Trujillo, allá por los sesentas, Juan Morillo Ganoza procedía del lugar más lejano del mundo. Para llegar a su pueblo, Taurija, en la provincia de Pataz del departamento de La Libertad, era necesario tomar un autobús durante tres días, avanzar a lomo de mula por espacio de una semana y caminar otra semana más.
Formamos en la universidad un grupo literario al que llamamos Trilce.
Entre nosotros estaban Teodoro Rivero Ayllón, Santiago Aguilar, Juan Paredes Carbonell, Jorge Díaz Herrera, Walter Palacios Vinces, Miguel Angelats, Manlio Holguín, los hermanos Manuel y Mercedes Ibáñez, Gerardo Chávez. El mayor, Teodoro, tenía 28 años. El menor era yo de 17.
¿Qué nos reunía? La creencia de que los artistas y los escritores teníamos una misión, y no tan solo en la literatura sino en la propia historia. Además, Antenor Orrego nos había dicho que éramos los sucesores de aquel grupo que él formara con Vallejo, y nosotros nos empeñamos en creer esas palabras y en asumirlas como una profecía de obligatorio cumplimiento.
Como narrador, en Lima, conocí un cenáculo de literatos cuyos miembros tenían que pedir permiso al líder espiritual para publicar un libro, o mejor evitar hacerlo, y el que publicaba o sobresalía era penado con la reprobación y el ostracismo. En “Trilce”, no era así. Todos creíamos que nuestros hermanos eran los mejores en el mundo.
Apenas tenía 20 años cuando Juan ya era un escritor excepcional. Siempre pensé que los textos le salían perfectos sin pensarlo y que luego corregía para tener, como cualquier otro cristiano, un borrador. Desde “Arrieros” (1964) hasta “La casa vieja” (2014) han pasado 10 libros, a cual mejor.
Nunca he conocido a un autor tan prolífico como el joven Morillo. En la redacción del diario “Norte” de Trujillo, se conseguía bobinas enteras de papel periódico que él iba desenvolviendo y llenaba de historias. Recuerdo haber leído en su casa un relato largo que duraba trece bobinas y media.
Al parecer, le gustaba el fin del mundo porque después de la lejana y mítica Taurija y de las universidades de Trujillo y de Huamanga, se fue a vivir en la China, y luego de 40 años ha llegado al lugar más cercano de la patria, España.
En Facebook, un grupo de sus paisanos me pide información suya. Eso es lo que estoy haciendo. De paso, me convenzo de que Taurija existe.
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