17/10/2019 / Exitosa Noticias / Edic. impresa / Actualizado al 09/01/2023
Aún recuerdo el día en que llegué a Ginebra en Suiza. Era febrero del 89 y el invierno estaba en su apogeo, congelando la ropa de verano que llevaba. El primer paso fue aprender la lengua y confrontarse a ella, con su lote de historia e idiosincrasia. Balbucear las primeras palabras para buscar el primer trabajo. Recibir su primera remuneración y festejarlo en la tranquilidad de las calles. Aprender las costumbres, las leyes. Familiarizarse a un medio desconocido, donde nuestra familia estaba al borde de una línea de teléfono, fijo y costoso, lejos, al otro lado del Atlántico.
Estudiar, aprender, esforzarse, sobrepasarse a sí mismo en la convicción de ayudarse y ayudar a nuestras familias. Hacer nuevas amistades, entre peruanos y peruanas, de todo lugar y condición social. Ver la realidad de nuestro país a través de la migración. Verla sin interferencias, sin desinformación. Amar al Perú y sentir que debemos esforzarnos para regresar a él, algún día.
Celebrar el Señor de los Milagros, llevar el anda por las calles de las ciudades, causando admiración por la expresión de nuestra fe. Ver aparecer, los restaurantes de comida peruana y degustar nuestros platos típicos. Celebrar los matrimonios de parejas binacionales, con todo el encuentro -y a veces choque- de culturas, sin contar la carga legal y emocional que esto implica. Constatar cuán abandonado estaba el migrante peruano por sus autoridades consulares, muchas de ellas sin la menor idea del cargo, del tejido político-social o la lengua del país. En esas condiciones, ¿a quién recurrir por ayuda en un país lejano?
Es así que el peruano migrante ha debido emprender sin apoyo de nadie y crear asociaciones de defensa, para hacer frente a las dificultades de su existencia. Pese a todo, pudo enviar las remesas a sus hijos y familias, apoyando nuestra economía en tiempos de crisis.
Hoy el esfuerzo de más de tres millones de peruanos en el exterior, no puede ser olvidado por el Perú. Muy por el contrario, debemos darles las oportunidades, hasta hoy negadas, como la representación congresal, la seguridad social, los créditos para vivienda, las oportunidades empresariales, la rápida convalidación y revalidación de sus estudios en el extranjero, su adecuada participación académica en las universidades estatales para lograr nuestra innovación tecnológica. Porque, tarde o temprano ellos volverán a la tierra en que nacieron, al embrujo incomparable de su sol, rompiendo el presagio de Vallejo, de morir en París con aguacero.