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OPINIÓN | Giancarla Di Laura Morales: Vallejo, el chibolero

Cada vez me convenzo más de que ya es hora de que al­gunas mujeres tomemos el micrófono sin repetir el coro monocorde del feminismo hegemónico.
29-09-2019

Por Giancarla Di Laura Morales / investigadora y critica cultural.

Cada vez me convenzo más de que ya es hora de que al­gunas mujeres tomemos el micrófono sin repetir el coro monocorde del feminismo hegemónico. Me refiero a que nuestra perspectiva como muje­res es tan variada como la de los hombres, y a que no siempre hay que estar de acuerdo con algunas ten­dencias de cierto feminis­mo peruano que sólo busca un enfrentamiento con los varones, en tono revanchis­ta, olvidando pugnas más amplias, que son la raíz y no el síntoma de esa enferme­dad despreciable que es el machismo “normalizado”, fuente de maltratos, discri­minaciones, violaciones y asesinatos de mujeres.

Pensaba en estas cosas cuando llegó a mis manos un libro de gran valor: la nue­va biografía de César Vallejo ¡Yo que tan solo he nacido!, escrita por el investigador y profesor Miguel Pachas Alme­yda. En sus páginas abundan documentos inéditos, pro­ducto de una paciencia de años que el profesor Pachas ha desplegado con verdadero amor hacia la obra y figura de Vallejo, convirtiéndola quizá en la mejor biografía existente hasta ahora de nuestro vate mayor. También hay gozosos datos sobre sus pasiones y tragedias persona­les, sus anécdotas literarias, sus correrías por los prostíbu­los del Barrio Chino, sus ena­moramientos con “chibolas” quinceañeras, como la famo­sa Otilia Villanueva Pajares, a la que al parecer dejó encinta y luego abandonó en mayo de 1919. También recordé que, ya en París, cuando Va­llejo conoció a Georgette, esta apenas tenía veinte años y él le llevaba dieciséis.

Para algunas esto puede so­nar casi a infanticidio, sobre todo en el caso de Otilia, de la que después se supo muy poco, pues tuvo que huir de Lima. Pasando a palabras mayores, en Chile le han puesto la cruz encima a Pa­blo Neruda por su violación de una mucama oriental (lo cuenta él mismo en su libro de memorias Confieso que he vivido) y por el abandono en 1936 de su hija hidrocefá­lica, Malva Marina, cuando esta apenas tenía dos años de edad y a la que llamó en una carta “vampiresa de tres kilos”. Además, nunca le pasó una pensión y la niña murió en Holanda a los nue­ve años.

Menos mal Vallejo no llegó tan lejos, pero no faltará algu­na que se lo quiera bajar por chibolero. La verdad, si nos ponemos a hacer la lista mi­nuciosa de abusos (supuestos y reales) dentro de la cultura patriarcal de hace un siglo, no se salvan ni nuestros abuelos.

La pregunta de siempre nos asalta inevitable: ¿cómo valo­rar la obra de un monstruo? Pero, por alivio, en Vallejo, no hay monstruo que defenes­trar; como tampoco lo hay en los casos de algunos poetas peruanos recientes que han sido vilipendia­dos sin prueba alguna, es decir, solo a punta de acu­saciones, mientras que a ciertos editores favorables a la Inquisición se les deja completamente indemnes. Qué sospechoso todo esto. Como decía el poeta: Qui potest capere, capiat.

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