OPINIÓN | Giancarla Di Laura Morales: Vallejo, el chibolero
Por Giancarla Di Laura Morales / investigadora y critica cultural.
Cada vez me convenzo más de que ya es hora de que algunas mujeres tomemos el micrófono sin repetir el coro monocorde del feminismo hegemónico. Me refiero a que nuestra perspectiva como mujeres es tan variada como la de los hombres, y a que no siempre hay que estar de acuerdo con algunas tendencias de cierto feminismo peruano que sólo busca un enfrentamiento con los varones, en tono revanchista, olvidando pugnas más amplias, que son la raíz y no el síntoma de esa enfermedad despreciable que es el machismo “normalizado”, fuente de maltratos, discriminaciones, violaciones y asesinatos de mujeres.
Pensaba en estas cosas cuando llegó a mis manos un libro de gran valor: la nueva biografía de César Vallejo ¡Yo que tan solo he nacido!, escrita por el investigador y profesor Miguel Pachas Almeyda. En sus páginas abundan documentos inéditos, producto de una paciencia de años que el profesor Pachas ha desplegado con verdadero amor hacia la obra y figura de Vallejo, convirtiéndola quizá en la mejor biografía existente hasta ahora de nuestro vate mayor. También hay gozosos datos sobre sus pasiones y tragedias personales, sus anécdotas literarias, sus correrías por los prostíbulos del Barrio Chino, sus enamoramientos con “chibolas” quinceañeras, como la famosa Otilia Villanueva Pajares, a la que al parecer dejó encinta y luego abandonó en mayo de 1919. También recordé que, ya en París, cuando Vallejo conoció a Georgette, esta apenas tenía veinte años y él le llevaba dieciséis.
Para algunas esto puede sonar casi a infanticidio, sobre todo en el caso de Otilia, de la que después se supo muy poco, pues tuvo que huir de Lima. Pasando a palabras mayores, en Chile le han puesto la cruz encima a Pablo Neruda por su violación de una mucama oriental (lo cuenta él mismo en su libro de memorias Confieso que he vivido) y por el abandono en 1936 de su hija hidrocefálica, Malva Marina, cuando esta apenas tenía dos años de edad y a la que llamó en una carta “vampiresa de tres kilos”. Además, nunca le pasó una pensión y la niña murió en Holanda a los nueve años.
Menos mal Vallejo no llegó tan lejos, pero no faltará alguna que se lo quiera bajar por chibolero. La verdad, si nos ponemos a hacer la lista minuciosa de abusos (supuestos y reales) dentro de la cultura patriarcal de hace un siglo, no se salvan ni nuestros abuelos.
La pregunta de siempre nos asalta inevitable: ¿cómo valorar la obra de un monstruo? Pero, por alivio, en Vallejo, no hay monstruo que defenestrar; como tampoco lo hay en los casos de algunos poetas peruanos recientes que han sido vilipendiados sin prueba alguna, es decir, solo a punta de acusaciones, mientras que a ciertos editores favorables a la Inquisición se les deja completamente indemnes. Qué sospechoso todo esto. Como decía el poeta: Qui potest capere, capiat.