OPINIÓN | Giancarla Di Laura Morales: San Marcos y las constructoras
Por Giancarla Di Laura Morales / investigadora y critica cultural.
Ya se ha dicho bastante sobre la lección de dignidad que los estudiantes y egresados de San Marcos, nuestra primera universidad, le han dado al país la semana pasada. Como se recordará, muchos se unieron en su oposición a continuar las obras viales iniciadas el 2008 durante el mandato del entonces alcalde de Lima Luis Castañeda Lossio, cuestionado varias veces por corrupción. La policía arremetió inicialmente dentro del campus y arrojó gases lacrimógenos incluso en pabellones alejados de la Avenida Venezuela. Los estudiantes reaccionaron tomando las pistas aledañas y formando un cerco humano de miles que ponían el pecho al frente, aun a riesgo de ser golpeados o baleados (como pedía un oligofrénico profesor de psicología).
El actual alcalde, Jorge Muñoz, y el rector, Orestes Cachay, tuvieron que retroceder en sus intenciones de terminar el elefante blanco que ha quedado abandonado debido a una mala planificación inicial. Esta contemplaba quitarle 9,000 metros cuadrados a la Ciudad Universitaria y, de paso, afectar seriamente los restos arqueológicos que se encuentran dentro y son motivo de constante investigación, entre otros efectos dañinos.
El problema parece, pues, resuelto, y se irá a una mesa de diálogo, con plena transparencia y participación estudiantil, pese a que la expansión vial y el proyecto de la Línea 2 del Metro de Lima y Callao siguen pendientes y el tránsito no ha mejorado. Desde afuera, parecería que se trata de una bravata estudiantil, una expresión irracional de pura oposición a un sistema maligno, autoritario y abstracto que no consulta con los estudiantes, insultándolos así indirectamente. O sea, para muchos, todo este asunto se reduciría a un juego de orgullos.
Pero la cosa es distinta. Aquí lo que se está cuestionando no es la simple posesión de 9,000 metros cuadrados, sino la capacidad moral de un estado que sabemos corrupto y en el que las constructoras han tenido un papel determinante en la enorme pérdida de confianza que una buena parte de la población siente hacia las autoridades. Con varios presidentes presos y otros investigados por los sobornos de Odebrecht, la OAS, G&M y demás corporaciones, aceptar alegremente las ampliaciones viales es una traición a los principios básicos de cualquier universidad, empezando por el ejercicio del pensamiento crítico y el derecho a hacerse oír y cuestionar lo cuestionable. Lo que se busca es otra solución, una que no afecte la autonomía ni la integridad universitaria y a la vez arregle a largo plazo -con las cuentas muy claras- el problema del transporte, sin sacrificar el milenario patrimonio cultural.
Estos muchachos no son para nada ingenuos y tienen todo el derecho a desconfiar de lo que, en la práctica, es una dictadura neoliberal. Ojalá que de entre ellos salgan los futuros presidentes, ministros, alcaldes y legisladores de nuestro sufrido Perú.