12/05/2019 / Exitosa Noticias / Edic. impresa / Actualizado al 09/01/2023
Me encuentro en estos días leyendo mucho a Vallejo para un prólogo que preparo de su libro de cuentos Escalas melografiadas. Y cada vez que ahondo más en su prosa y sus versos comprendo nuevamente no sólo la alta calidad de su escritura, sino sobre todo algunas lecciones que supo dejarnos y que nos tocan a todos como peruanos y como seres humanos.
Una de esas lecciones es el amor a su madre. Vallejo, como sabemos, nació en 1892 y era el último de once hijos de una familia cuyo padre era Francisco de Paula Vallejo Benites y la madre María de los Santos Mendoza Gurrionero, ambos mestizos e hijos de curas españoles con indias chimúes. Creció en el pueblo andino de Santiago de Chuco, donde al parecer tuvo una infancia feliz, rodeado de un cariño profundo que le marcó la imagen de la unidad y la comunidad como ideales a perseguir, incluso a nivel social, cuando adopta ya en Francia el ideario marxista y lucha por lograr las transformaciones sociales en las que muchos intelectuales y trabajadores aún creían.
Cuando llega a Lima a fines de 1917 supuestamente a estudiar y a trabajar (era profesor de escuela) tiene unos meses agradables y entusiastas, que se reflejan en sus cartas a sus amigos de La Bohemia de Trujillo, el grupo de escritores entre los que figuraban notables figuras como Antenor Orrego y Víctor Raúl Haya de la Torre.
Por desgracia, su madre muere en su pueblo natal a los 68 años de edad, el 8 de agosto de 1918, y Vallejo ni siquiera pudo ir a su entierro. La desolación fue profunda. Algunas otras cartas a sus hermanos muestran la desesperación y la angustia por haber perdido a quien sin duda fue la persona más importante en su vida, y le dedica impresionantes poemas tanto en Los heraldos negros (1919) como en Trilce (1922).
¿Por qué esa recurrencia y fijación? ¿Por qué tantos poemas a su madre? ¿Complejo de Edipo retardado? Nada de eso. Vallejo comprendió como pocos que una madre no es sólo la persona que nos lleva en su vientre por nueve meses y luego nos cría con amor incondicional. Es también la alegoría de un mundo mejor, regido por la solidaridad y el cuidado hacia el otro, un mundo en que los afectos y la búsqueda del bien priman sobre el egoísmo y la pura conveniencia personal. Para Vallejo, la madre era lo más parecido a la poesía, o al menos a una visión poética del mundo, no en un sentido ingenuo, sino tremendamente práctico y real.
En el poema 23 de Trilce escribe: “Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos / pura yema infantil innumerable, madre”. Nos dice el poeta Danilo Sánchez Lihón: “tahona es: casa en donde se hace y se reparte el pan; y estuosa: íntima, cálida, abrigada”. Qué mejor manera de referirse a la madre como fuente de vida, calor y alimento, pero también en su carácter único, con la rareza de palabras tan selectas.
A mi madre y a todas las madres del mundo les dedico esas mismas palabras en este día tan especial.