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OPINIÓN | Giancarla Di Laura Morales: Crónica de una borracha anunciada

Las agresiones que sufri­mos las mujeres día a día deben encuadrarse en ese contexto. No son los hom­bres tóxicos, sino el sistema que los produce, el verda­dero origen de esa maldad y atropello.
06-10-2019

Por Giancarla Di Laura Morales / investigadora y crítica cultural.

Los alaridos desaforados de un borracho que fue a patear la puerta de mi casa el domingo pasado en la noche presagiaron los gritos desatinados que da­rían los congresistas al día siguiente cuando nuestro presidente Martín Vizcarra Cornejo disolvió el Congre­so y devolvió la esperanza a nuestra población.

Vizcarra llevó adelante un anunciado proceso consti­tucional, respetando todas las instancias para que de manera legal se diluyera temporalmente una ins­titución inepta, ineficaz y llena de lacras como era el congreso hasta el 30 de setiembre. El borracho y el congreso demostraron muchas veces su mediocri­dad, sus objetivos egoístas, su escasa formación y su pé­sima educación. Trataron de imponer un orden que ellos mismos desconocen, exigiendo respeto y disci­plina cuando ellos no los tienen, e intentaron enga­ñar y difamar a personas que tratan de trabajar por un país mejor, sin corrup­ción.

Desafortunadamen­te, en el camino, la que se pintó de cuerpo entero fue Mercedes “Mechita” Aráoz, quien después de tener una carrera bastante promisoria, egresada como economista de la Universidad del Pacífi­co y habiendo ejercido altos cargos públicos en distintas administraciones de gobier­no, se prestó al circo y juró como presidenta, haciendo el mayor ridículo de su vida y convirtiéndose automáti­camente en cadáver político.

Traigo al borracho a la me­moria porque hay hombres que cuando tienen un poqui­to de alcohol en las venas se sienten capaces de todo y pierden la perspectiva so­bre el derecho ajeno a llevar una vida tranquila y segu­ra. Nuestro Congreso, cual jauría de hienas borrachas e infladas de sí mismas, es­taba alcoholizado por el poder momentáneo que da la riqueza mal habida. Las acusaciones de nume­rosos hechos delictivos hu­bieran quedado archivadas de llevarse a cabo el nom­bramiento de los jueces de un Tribunal Constitucional hecho a la medida de esos mismos corruptos que los hubieran elegido. Y es que así operan las mafias: con pre­potencia, malicia y descaro.

Nuestro país, lamentable­mente, está lleno de hom­bres y mujeres así. ¿Cómo hemos llegado a esto? La ex­plicación es fácil: el deterio­ro de nuestras instituciones de control y la imposición paulatina de un modo de vida donde el valor supre­mo es la ganancia inme­diata ha creado una nueva generación de políticos y de personas que ya no apre­cian (o ni siquiera conocen) lo que es la decencia, el res­peto, el equilibrio y la dig­nidad. La cultura informal y la frivolidad exacerbadas en los medios de comu­nicación, así como el des­mantelamiento de nuestro sistema educativo, a la par de las profundas desigual­dades económicas que aún subsisten han consagrado la ley del más fuerte y el mayor conchudo como ideal a perseguir.

Las agresiones que sufri­mos las mujeres día a día deben encuadrarse en ese contexto. No son los hom­bres tóxicos, sino el sistema que los produce, el verda­dero origen de esa maldad y atropello. Al borracho que vino a amenazarme la otra noche le digo: no pasarás. Hay un Perú digno que no se va a dejar pisotear. Y lo mismo para la jauría.

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