06/10/2019 / Exitosa Noticias / Edic. impresa / Actualizado al 09/01/2023
Por Giancarla Di Laura Morales / investigadora y crítica cultural.
Los alaridos desaforados de un borracho que fue a patear la puerta de mi casa el domingo pasado en la noche presagiaron los gritos desatinados que darían los congresistas al día siguiente cuando nuestro presidente Martín Vizcarra Cornejo disolvió el Congreso y devolvió la esperanza a nuestra población.
Vizcarra llevó adelante un anunciado proceso constitucional, respetando todas las instancias para que de manera legal se diluyera temporalmente una institución inepta, ineficaz y llena de lacras como era el congreso hasta el 30 de setiembre. El borracho y el congreso demostraron muchas veces su mediocridad, sus objetivos egoístas, su escasa formación y su pésima educación. Trataron de imponer un orden que ellos mismos desconocen, exigiendo respeto y disciplina cuando ellos no los tienen, e intentaron engañar y difamar a personas que tratan de trabajar por un país mejor, sin corrupción.
Desafortunadamente, en el camino, la que se pintó de cuerpo entero fue Mercedes “Mechita” Aráoz, quien después de tener una carrera bastante promisoria, egresada como economista de la Universidad del Pacífico y habiendo ejercido altos cargos públicos en distintas administraciones de gobierno, se prestó al circo y juró como presidenta, haciendo el mayor ridículo de su vida y convirtiéndose automáticamente en cadáver político.
Traigo al borracho a la memoria porque hay hombres que cuando tienen un poquito de alcohol en las venas se sienten capaces de todo y pierden la perspectiva sobre el derecho ajeno a llevar una vida tranquila y segura. Nuestro Congreso, cual jauría de hienas borrachas e infladas de sí mismas, estaba alcoholizado por el poder momentáneo que da la riqueza mal habida. Las acusaciones de numerosos hechos delictivos hubieran quedado archivadas de llevarse a cabo el nombramiento de los jueces de un Tribunal Constitucional hecho a la medida de esos mismos corruptos que los hubieran elegido. Y es que así operan las mafias: con prepotencia, malicia y descaro.
Nuestro país, lamentablemente, está lleno de hombres y mujeres así. ¿Cómo hemos llegado a esto? La explicación es fácil: el deterioro de nuestras instituciones de control y la imposición paulatina de un modo de vida donde el valor supremo es la ganancia inmediata ha creado una nueva generación de políticos y de personas que ya no aprecian (o ni siquiera conocen) lo que es la decencia, el respeto, el equilibrio y la dignidad. La cultura informal y la frivolidad exacerbadas en los medios de comunicación, así como el desmantelamiento de nuestro sistema educativo, a la par de las profundas desigualdades económicas que aún subsisten han consagrado la ley del más fuerte y el mayor conchudo como ideal a perseguir.
Las agresiones que sufrimos las mujeres día a día deben encuadrarse en ese contexto. No son los hombres tóxicos, sino el sistema que los produce, el verdadero origen de esa maldad y atropello. Al borracho que vino a amenazarme la otra noche le digo: no pasarás. Hay un Perú digno que no se va a dejar pisotear. Y lo mismo para la jauría.