OPINIÓN | Eduardo González Viaña: Bodega, un marino peruano
A sólo 50 metros de Palacio de Gobierno, se alza la casa de un subversivo. Se le ha acusado de haber transportado armas y pertrechos a Filadelfia con el fin de armar un batallón de alzados en esa ciudad norteamericana. Se trata de Francisco de Bodega y Quadra (1743-1794), un marino limeño que, después de haber explorado el noroeste de América, se convirtió en uno de los principales abastecedores bélicos de los nacientes Estados Unidos en la guerra contra el colonialismo inglés.
Afincado en la Habana, Cuba, en el primero de sus viajes hacia la Norteamérica insurrecta de 1776 transportó 50 cañones de bronce de 24 libras, 20 mil granadas, 10 mil fusiles, 10 mil bayonetas, 200 mil balas, 100 mil paquetes de pólvora, 10 mil tiendas de campaña y 5 mil uniformes militares además de otros bienes de uso castrense.
Su flotilla se componía de ocho embarcaciones que desafiaron a la poderosa artillería colonial atravesando el golfo de México, recalando en la bahía del río Delaware y fondeando por fin en el puerto de Filadelfia.
Además, en este viaje y en los que siguieron, nuestro paisano -que era oficial de la marina española- debió desvincularse de la misma para evitar conflictos internacionales. Por lo tanto, en caso de ser capturado por los británicos, le habría esperado el patíbulo infamante reservado a los piratas y a los contrabandistas.
Bodega cumplió con su tarea revolucionaria, coordinó con Stephen Hopkins, uno de los firmantes de la Independencia, fue recibido en el Congreso de Filadelfia y conspiró con el empresario vasco Diego de Gardoqui, dueño de los barcos, quien se convertiría en el primer embajador de España ante los Estados Unidos.
Pero, ¿quién era Bodega y Quadra? Nació en la casa cuya dirección actual es Ancash 213, Lima.
Desafiando el clima, el escorbuto y la carencia de mapas, el navegante rastreó el norte. Fundaría en la isla de Nutka la más grande ciudad del Pacífico americano que hoy se llama injustamente Vancouver, Canadá.
Por razones diplomáticas, no fue ascendido y distinguido en la armada española. Pero, apasionado por los principios de la Constitución y el derecho a la insurrección que se consagra a los pueblos:
“Mi premio fue superior a un ascenso en mi carrera, cuál ha sido el descubrimiento de la fuente de la inmortalidad encarnada en la realización de una utopía colectiva, de un sueño de la humanidad: la libertad”.
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