OPINIÓN | Rubén Quiroz Ávila: "El teatro y el coaching"
Los filósofos hace tiempo fueron derrotados por los asesores mentales denominados anglicistamente como coach. El coach es la invención contemporánea que se ha apropiado de los roles de parteros de interrogantes y posibles respuestas que desde antaño estaban circunscritos a filósofos o hasta sacerdotes. Pero sabemos cuál es el interés real de todo religioso. El coach es el pseudo Sócrates actual. Y no solamente ahora asesora para el despertar espiritual y el conocerse a sí mismo, sino también, supuestamente, prepara en todas las artes humanas, incluidas las artes escénicas.
Es verdad que algunos individuos, formados en el mundo escénico, se dedican con toda legitimidad laboral al coaching, tanto así que han dejado de actuar en las tablas tradicionales para ser unos persistentes emprendedores. Varios actores y actrices florecen como una entusiasta Startup compitiendo en el mundo para ofrecer sus servicios a empresas o individuos con la capacidad de pagarlo.
Sin embargo, sabemos que el trasfondo de todas esas necesidades del alma, aparentemente insatisfechas, pueden ser resueltas por artes menos esotéricas y más bien con una antigua tradición de purificar el alma.
Sin ánimos de satanizar a quienes se dedican al coaching, seguro muchos de ellos con la honradez y pericia necesaria para llevar a buen puerto al alma descarriada. También el coaching es propositivo. Más bien pretende detectar los nudos existenciales que no hacen explotar su potencial al ciudadano cliente. Entre esas destrezas a desarrollar está, seguro, una educación corporal pertinente, mejorar la comunicación verbal y no verbal, establecer conscientemente empatía y procurar que los lazos y vínculos ayuden a mejorar la salud colectiva. Y es todo eso lo que justamente puede hacer el teatro. Además, es una de sus ventajas diferenciales respecto a otras disciplinas.
Por lo tanto, una educación teatral, formativa, rigurosa desde y con las artes escénicas, serán instrumentos vitales para la mejora de la vida de las personas. Por supuesto, en los diversos niveles y estratos de nuestra población. Es tan necesario para los sectores más vulnerables como para aquellos que tienen mayor capacidad de financiamiento. Entonces, todos aquellos entrenados rigurosamente en el teatro tienen una inmensa oportunidad, más allá del proscenio, de trabajar inteligentemente e incursionar ya en esos ámbitos a veces evitados por prurito moral y profesional. Pero esta autolimitación genera vacíos, brechas de conocimiento, que son aprovechadas, sin medias tintas, por otras disciplinas o pseudodisciplinas.
Por lo tanto, desde sus orígenes históricos el teatro se ha conectado con el alma, con esa zona tan compleja, tan humana y absolutamente indispensable. Este es el sentido fundamental de las Artes escénicas: conectarse con aquello que es invisible a los ojos.