Cultural

OPINIÓN | Giancarla Di Laura Morales: "George Steiner y la función de la crítica"

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09-02-2020

Solía decir José Martí que la crítica no era otra cosa que “el ejercicio del criterio”. Este juicio básico, por simple que parezca, es el fundamento de una labor muchas veces despreciada por considerarse “parasitaria” de la literatura. Es decir, la crítica vive de la obra literaria, la analiza, comenta y evalúa, la condena o la consagra, pero nunca logra ser ella. Más bien, se sirve de ella para existir y justificarse. De ahí que muchos creadores se envanezcan diciendo que todo crítico es un creador frustrado. A lo cual, inteligentemente, algunos críticos responden que muchos creadores son también creadores frustrados, es decir, mediocres. Touché.

Pensaba en tales cosas cuando llegó esta semana la noticia de la muerte de George Steiner (1929-2020), reconocido crítico de origen francés que vivió la mayor parte de su vida entre Estados Unidos e Inglaterra y se dedicó a las humanidades, destacando también como profesor, traductor, teórico y filósofo. Además, obtuvo sus diplomas de universidades prestigiosas como Harvard y Oxford, entre otras. Ocupó algunas cimas de la crítica al lado de intelectuales como Harold Bloom o Judith Butler, estudiosos culturales y críticos literarios. Steiner ganó varios premios y reconocimientos por su labor y su obra. Es decir, tuvo una carrera brillante, moviéndose cómodamente entre el inglés, el francés, el alemán y el italiano, lenguas que dominaba a la perfección y cuya rica tradición letrada conocía al dedillo. Esto le permitió establecer interesantes relaciones entre ellas, consolidando un campo cada vez menos visible como el de las literaturas comparadas. A todo ello llamó la “extraterritorialidad”.

Steiner se centró en la idea de que un crítico debe preguntar sobre la obra de un escritor, indagar sobre ella, mas no censurar ni enjuiciar. La función del crítico es más para darle una visibilidad al artista, para ser como una especie de trampolín, y servirle de mediador al escritor para que se haga conocido y apreciado socialmente.

Sin duda, su mayor aporte fue la veintena de libros de ensayos que asombraron al público por su apabullante erudición y fino análisis. Echó así luces sobre Homero, Dante, Dostoievski; debatió sobre temas como la libertad y la opresión del dinero; devolvió a miles de lectores la confianza en que las humanidades son una vía segura para la plenitud y el desarrollo de la especie, sobre todo en un planeta cada vez más devastado y gobernado por idiotas multimillonarios. Y no dudó en difundir sus ideas en medios periodísticos como el New York Times y The New Yorker, con lo cual cruzaba la difícil frontera entre la academia y la divulgación.

Si bien su oposición al comunismo lo acercaba al liberalismo burgués en política, y su formación e intereses se centraban en la tradición europea, lo cual lo hacía un detractor de las corrientes postcoloniales y postestructuralistas, nos dejó una lección innegable: que para decir algo sólido hay que conocer, leer e investigar. Menudo vacío que nos deja Steiner, uno de los últimos de su especie en un planeta cada vez más vacío de alma y adorador del becerro de oro. Honor a su memoria.