21/04/2019 / Exitosa Noticias / Cultural / Actualizado al 09/01/2023
Cioran estaba persuadido de que la idea del suicidio hacía posible sobrellevar el vacío de la existencia. El solo hecho de saber que podemos matarnos, pensaba el filósofo rumano, hace que podamos levantarnos de la cama y tolerar un día más de mísera y ridícula rutina. Hay sin duda una perspectiva libertaria en esta forma de ver las cosas, pues nadie puede arrebatarnos esta posibilidad extrema.
“Esta libertad nos insufla una fuerza y un orgullo tales que triunfan sobre los pesos que nos aplastan”, anotaba. La madre de Cioran al conocer que su hijo pensaba cosas como esta dijo con todavía más lucidez e ironía: “lo hubiera abortado”.
A pesar de esta apología del suicidio que hacía Cioran, él prefirió diferirlo. Seguramente porque el suicida cree saber lo que en realidad no sabe. Por ejemplo, cree -quizá con precipitado ateísmo- que la muerte es el final absoluto y trae consigo el fin del sufrimiento o del tedio de seguir vivos. Sin embargo, como es obvio, de la muerte nada sabemos.
Cioran explicaba que no se había quitado la vida pues nunca le había dado valor a la coherencia o consecuencia entre lo dicho y lo hecho: “He aceptado de entrada el principio de la contradicción. Nunca he intentado ser consecuente conmigo mismo”.
Una idea estimulante
Para Cioran la idea del suicidio era estimulante y vital, aunque suene paradójico:
“Cuando uno tiene la visión del suicidio, la conserva para siempre. Vivir con esa idea es una cosa muy interesante. Incluso diría que estimulante. Mire, hará unos siete años me encontré con un señor que quería suicidarse. Estuvimos dando vueltas y vueltas, horas y horas. Le estuve diciendo que mejor valía que atrasara su suicidio, que en el fondo ésa era una idea muy vital que había que aprovecharla”.
El filósofo rumano explicaba que este sentimiento trágico de la existencia tenía que ver esencialmente con el hastío, con hartazgo del vivir, que lo acompañó desde pequeño:
“Una de las experiencias fundamentales de mi vida ha sido el hastío. Siendo niño comprobé esa sensación de vacío. No tendría más de cinco años. Tuve que esperar a los 20 años para hundirme por completo. Fue un período muy dramático. Empezó con crisis de insomnio que se prolongaron durante años. Y eso fue curiosamente lo que me abrió los ojos. Fíjese, esta noche he soñado con eso. Yo era estudiante en Rumania. Eran las dos de la tarde, acababa de volver a casa, mi madre estaba sola. Recuerdo que me eché en el sofá, estaba hecho polvo, no podía más. Fue cuando mi madre me dijo: 'Si lo hubiera sabido, habría abortado'”.