COLUMNA | Rubén Quiroz: "El río de las calles, José Alberto Velarde"
Pepe Velarde es un extraordinario ser humano. Debe ser uno de los poetas más amables y generosos que conozco. No son siempre así. Los poetas peruanos a veces tienen un gran ego (y colosal). Velarde, un habitante de París, extendió internacionalmente los dominios poéticos del grupo Kloaka en los años 80. Desde entonces, con la gentil luminosidad que lo caracteriza, ha sido anfitrión de todo poeta nacional que llevaba sus huesos por la bella ciudad francesa.
Es justamente eso lo que significa vivir tantos años en París, de migrante, de extranjero, de los viajes, de partir, sobre la cual trata este poemario, con epígrafe de Javier Heraud, que da el sentido heracliteano de los ríos. Dice: “Quién no ha pensado en irse un día / Dejar la ciudad dormida/ el sol inmóvil de la casa paterna / la familia la pareja los amigos/ El confort de una vida sosegada / marcharse dejar todo/”.
Esas travesías incansables, esos viajes sin retorno, esa circularidad mental que origina el desplazamiento, como una hermosa versión del poema de Cavafis, donde lo importante no es la meta, la llegada, sino el viaje en sí mismo, el movimiento susceptible, consciente, lúcido. Velarde nos ofrece un precioso testamento.