OPINIÓN|Nicolás Lúcar: Todos con Elvis Miranda
La escena es cinematográfica, pero no ocurre durante una película. El suboficial de la Policía Nacional, Elvis Miranda, no es actor ni está interpretando un rol en una ficción. Su mirada se pierde en la sala, mira a su esposa que llora desconsoladamente, ve a sus familiares y a algunos compañeros que están ahí, impotentes frente a la situación.La autoridad judicial del país al que cuida, por el que daría su vida, acaba de leerle una resolución en la que lo manda siete meses a la cárcel mientras lo investigan y lo enjuician acusado de homicidio.
No es una pesadilla de la que se puede despertar. Es la vida real, es su vida que de pronto pierde sentido.Lentamente, mientras le ponen las esposas, reconstruye en su cabeza los hechos.Está en una calle de Castilla, en Piura, escucha los gritos desesperados de alguien que está siendo asaltado por un grupo de delincuentes. Él y su compañero, el suboficial Carlos Carhuayo, están en patrullero de ronda. Los delincuentes huyen en una mototaxi, la gente grita, la mototaxi se detiene en lo que después se sabría era su barrio. El megáfono del patrullero advierte, lanza un disparo al aire, los delincuentes responden con otro.
Los ladrones saltan de la mototaxi y empiezan a huir a la carrera. Carhuayo logra detener al chofer, pero los otros dos salen a la carrera. Sus pulsaciones vuelan, por su cabeza no pasa siquiera la posibilidad de dejarlos ir. Para eso es policía, para atrapar a los malos.
Miranda corre y mientras lo hace, saca el arma y empieza a gritarles que se detengan. No le hacen caso, ellos también están armados y no le tienen miedo a las balas. Miranda vuelve a gritar, pero esta vez dispara al aire para que sepan que la cosa va en serio. Nada, los delincuentes siguen huyendo. Uno, dos, tres. El suboficial Miranda hace lo que le han enseñado a hacer: advertencia, disparó al aire, disparó a las piernas. Uno, dos, tres segundos. Uno de los delincuentes cae, herido por su disparo. Una turba lo rodea, el arma del delincuente herido desaparece, el otro ladrón logra huir.
Lo que viene después es una locura. La turba ataca la comisaría. Su casa es amenazada y tiene que salir para proteger a su familia y protegerse él.La locura no se detiene.Los ladrones se declaran culpables, sentencia anticipada, un conveniente formulismo legal, no importa si tienen antecedentes, salen libres a seguir robando.Pero Miranda no ha pasado aún lo peor.Lo llevan a un juzgado, lo acusan de homicidio por cumplir su deber.Miranda no entiende nada. Él está preso y los delincuentes libres. El no podrá seguir luchando contra los malos y los malos seguirán dañando a la gente.Miranda está en su celda. Lleva tres días preso.Su mujer llega a visitarlo, llora con él, pero le dice al oído algo que le devuelve la esperanza: no estás solo, no estamos solos...