17/08/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Pese a que Arequipa fue parte del sistema colonial hasta el último instante, muchos vecinos buscaron, rápidamente, cambiar esta imagen después del triunfo patriota en los campos de Ayacucho, en diciembre de 1824. La razón, las enormes oportunidades laborales que se abrían dentro del nuevo sistema para quienes manifestaron una conducta patriota y revolucionaria, por lo menos desde la llegada de los ejércitos libertadores, o acaso desde antes.
También influyó la condena pública al antiguo régimen y sus simpatizantes, no solo por parte de las nuevas autoridades nacionales, sino de la propia prensa establecida en la ciudad después de 1825, como La primavera de Arequipa y La estrella de Ayacucho.
Muchos vecinos de la ciudad se esforzaron por demostrar sus sentimientos patrióticos ante las nuevas autoridades. Ello a raíz del decreto emitido, en enero de 1825, por el libertador Simón Bolívar, el cual establecía las Juntas de Calificación, compuestas por representantes de la administración civil, militar y eclesiástica, con el objetivo de distribuir diversos empleos estatales entre los ciudadanos mejor calificados por su probidad, su aptitud y su servicio a la patria.
El decreto produjo una 'avalancha' de memoriales por parte de los vecinos “demostrando sus grandes servicios a la patria”. Fue tal la cantidad que podrían hacernos creer, equivocadamente, que Arequipa antes de la Independencia fue una ciudad bullente de sentimientos libertarios, contenida por la feroz represión realista. Nada más lejos de la realidad. “Los más de los patriotas [de Arequipa] lo han sido por especulación, no por convencimiento ni por amor a la causa de América”, afirmaba el arequipeño Mariano Rafael Corzo, en marzo de 1826.
Lo que realmente importaba tras la Independencia no era ser reconocido como un verdadero patriota, sino los codiciados puestos en las numerosas instituciones creadas durante esos años, como la Corte Superior de Justicia, la Prefectura, la Universidad Nacional de San Agustín, el Colegio de Independencia Americana, la Hacienda Nacional y la administración de Correos.
Para el historiador Cristóbal de Aljovín la Independencia también fue una revolución de empleos, “ya que abrió todos los puestos [de trabajo] tanto a criollos como a mestizos”. Para acceder a ellos, las familias de la élite arequipeña entregaban fianzas pecuniarias gracias a las buenas relaciones sociales y los sólidos vínculos económicos y familiares que forjaron. Otra estrategia, menos honorable pero efectiva, fue la adulación y el halago a los caudillos de turno. Si esto fracasaba, se apelaba al mezquino recurso de la denuncia pública de un supuesto pasado de colaboración con el régimen colonial para descalificar al titular del cargo.
En marzo de 1826, José Ciriaco García del Rivero fue nombrado intendente de Camaná, fue acusado de “no haber militado nunca en el sistema de la patria”. El acusado achacaba estas denuncias a la envidia “de la suerte que los americanos empezábamos a lograr por el triunfo que nuestras armas lograron en los campos felices de Ayacucho”.