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OPINIÓN | Rubén Quiroz Ávila: El teatro aficionado

En cada función donde haya teatro aficionado hay que aplaudirla, y al elenco hay que llenarlos de tanto cariño que les ratifiquen que lo que están haciendo es un regalo.

Teatro_2
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09/08/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023

Las primeras incursiones en el teatro empiezan en casa. El representar papeles en determinadas circunstancias implica un consciente desdoblaje y, muchas veces, se naturaliza. ¿Recuerdan cuando cambian de tono de voz para dramatizar alguna historia en las conversaciones cotidianas? ¿O gesticulan tratando de reproducir los movimientos de algún amigo o vecino? Por supuesto hay momentos que obligan a una destreza histriónica muy compleja. Suele ser en situaciones en las que intentan persuadir totalmente a alguien sobre algo concreto. Uno se pone en el papel e intenta convencer a su receptor de lo que quiere. Brota ese actor/actriz que llevas dentro. Por ejemplo, todos los que tienen hijos son magníficos actuando. Además, con poderosa imaginación. Eso de hacerle creer al nene de que la cucharita con su respectivo bolo alimenticio es un avioncito enternecedor, es un clásico. O sea, hay muchos momentos en los que tenemos la oportunidad de imaginar, representar, conmover. Ni qué decir de los enamoramientos y sus justificaciones mutuas ante situaciones adversas. Todos han soñado con su historia de amor digna de un guion.

Sin embargo, esto tan natural en nosotros, a veces pasa a mostrarse en unas tablas. Es decir, uno no se dedica profesionalmente a la actuación pero ese bichito de representar, de por un momento ser realmente otro, es tentador. Entonces, esa aventura escolar donde, seguro, varios eran aplaudidos épicamente por sus familiares por más que sea el quinto arbusto de la puesta de turno, queda como un signo del inmenso amor de la tribu. Lo que importa es participar de una coordinación grupal, de una ficción, de un consensuado instante de colgar el ego y ser lo que quieras ser. De ese modo, por unos minutos cualquiera puede ser un enloquecido Hamlet o una heroína. Un árbol sensitivo o un lobo feroz. Lo que tu imaginación te lo permita, puedes serlo en el proscenio. Un cruel dictador o dulce y sibilino. Lo que quieras. Todo lo humano te pertenece, por lo tanto, ¿no es magnífico ser otro por unos minutos? Es una manera de vislumbrar el considerable abanico de emociones de las que estamos compuestos como género.

Por supuesto que no se mide o evalúa alguna intensa capacidad actoral o la corrección de las actuaciones sino la interiorización de asumir el personaje, de apropiarse de su psicología, de mostrarnos otra forma de entenderlo. Indudablemente la razón principal, además del inmenso placer de todo arte honesto, es señalar que las artes escénicas están al alcance de todo aquel que lo desee. De todos aquellos cuya voluntad es aprender, disfrutar en compañía, mejorar sus habilidades blandas, cooperar, dialogar. Esa forma de comprender el teatro hace que su observación sea serena, tolerante, entrañable. No hay mayor intención que construir generosamente un mundo alterno al real, un universo donde todo es posible. Así en cada función donde haya teatro aficionado hay que aplaudirla, y, al elenco, abrazarlos, besarlos, llenarlos de tanto cariño que les ratifiquen que lo que están haciendo es un regalo, un preciso obsequio, una ofrenda incondicional. En el 13er Festival de teatro aficionado de la Asociación Peruano Japonesa, tienen una oportunidad.

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