17/01/2020 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Una de las lenguas más extendidas y usadas antes de la Conquista europea fue el quechua. Alcanzó con el Tawantinsuyo una presencia regional y se impuso como herramienta de negociación por toda la zona andina. Los españoles lo usaron también como arma de evangelización. Ya a fines del siglo XVI se acepta como una táctica, pero paradójicamente, así también se la preserva. La revolución de José Gabriel Condorcanqui significó también el aplastamiento de una ruta incásica e indígena de emancipación. El idioma fue condenado a desaparecer y representar, en el mejor de los casos, una lengua de la cultura colonizada. Sin embargo, el poder de su uso e inmenso potencial de amalgamar a las comunidades persistió. El quechua sobrevivió a todos los embates. Incluso los ataques de la línea republicanista criolla que fundó el país. Recordemos que la Independencia fue una versión triunfadora blanca y europeizada que combatía a toda la matriz andina. El Perú no nació ni serrano ni amazónico. Todo lo contrario. Y con ello, su arte escénico.
Varias de las obras, como los autos sacramentales, de la época virreinal fueron propuestas en quechua, como una estrategia de evangelización. Es decir, el teatro usado como modo de implantación imperial. Solía usarse como un arma pedagógica, pero de justificación del modelo metropolitano opresor. El quechua se fue interesadamente olvidando como espacio de intercambio cultural. Siguió siendo combatido y asociado a las claves colonizadoras más brutales: racismo, exclusión social, enemigos. La batalla de los movimientos indígenas de fines del s. XIX y comienzos del XX dieron resultados a mediano plazo. Se comenzó a integrar en los escenarios académicos y fue recuperando su prestigio social. Ahora, es inevitable considerarlo como parte de la peruanidad que estamos construyendo. Es por eso que es necesario que la batalla por su reconocimiento se extienda a todos los niveles epistémicos y artísticos. Necesitamos no solo unas artes escénicas con temática andina sino planteadas en el propio idioma quechua.
Es verdad que ha habido algunos tímidos intentos. Parte de los parlamentos y alocuciones de algunos grupos teatrales han usado esta preciosa lengua. Más bien como una manera de representar su dimensión histórica y simbólica. Es más fácil aparentar un universo andino en su esplendor con coreografías imaginadas y más bien fabricadas que detenerse pacientemente a investigar las posibilidades de un arte peruano en quechua. Esa interiorización de nuestro crisol cultural está por descubrir. Es una época adecuada para que una de las agendas de las propuestas teatrales nacionales sea la escenificación en quechua. Magnífica ruta de trabajo para toda audacia de nuestras promesas teatrales. Hay mucha riqueza por explorar bajo esa línea de trabajo como parte de una lectura realista y honesta para hacer teatro peruano. Por supuesto, otras propuestas en las maravillosas lenguas que compone nuestra sinfonía nacional idiomática, sería extraordinario. El teatro debe estar a la altura que le exigen los tiempos. El quechua ha dejado de ser un adorno turístico y hasta exótico para ser imprescindible en nuestro destino como conflictiva nación múltiple y diversa. El quechua es el futuro. Un teatro en quechua, un desafío prodigioso.