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OPINIÓN | Rubén Quiroz Ávila: Este lugar no existe

Pueden pasar décadas y nunca entran a la gran narrativa histórica, que, además, suele estar fabricado por quienes tienen el monopolio de contarla.

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15/11/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023

Hay historias que transcurren en los márgenes y que a pocas personas les importa. Pueden pasar décadas y nunca entran a la gran narrativa histórica, que, además, suele estar fabricado por quienes tienen el monopolio de contarla. Es decir, existen vidas que carecen de interés porque el paradigma desde las cuales se podrían valorar sus sucesos, optan por aquello que su propia mirada favorece: centralismo, clasista, racista, urbano, letrado, poder económico, cristiano. Por eso, quienes cuentan sobre los invisibilizados, sobre los que son nadie, tienen una lectura desacralizadora de los excluyentes formatos de historiar.

Ese es el valor fundamental de la propuesta de Alejandra Vieira Aliaga, un descubrimiento estupendo de textos y dirección bien encaminados. Esta autora tiene una clara visión para releer nuestra historia peruana contemporánea. Esa inmensa responsabilidad de asumir desde los inicios de su prometedora carrera, un posicionamiento ético sobre las historias periféricas, y un diestro manejo de las herramientas escénicas, nos hace creer que estamos ante un giro impresionante de las nuevas generaciones que, por fin, dejan el yoismo, como fuente principal para sus dramas y se enfocan en problemáticas nacionales como una forma de concordar ciudadanía.

Así la triste historia de Julia (Yaremís Rebaza) y Ernesto (Santiago Torres) tiene el drama controlado justamente por lo comedido de las actuaciones y muy bien equilibradas con la participación de Irene Eyzaguirre, que hace de figura espectral y sabia, en medio de tanto dolor y confusión de las vidas. Es doloroso que el futuro esté condenado en este país. La juventud solía representar la esperanza. En el Perú eso ya no es posible. La brutal historia, en las oscuridades de la selva, nos muestra implacablemente que esa posibilidad no existe. Que estamos condenados a repetir nuestros males y, sobrevivir, es apenas una vaga ilusión. Si nadie puede salir del infierno, entonces la desesperanza reina.

Es por ello que esta puesta evita el final feliz, la sonrisa fácil y engañosa de toda imaginación que ve el universo exageradamente optimista. Nos centra de golpe en lo que somos: un país fragmentado, cínico, cruel con sus mejores hijos, exponencialmente perverso, insano para la convivencia, desesperanzador. El futuro no está en el Perú. Cada uno se salva y, la mayoría de veces, eso no sucederá. La salvación no es posible. Y esa es la cruda realidad.

Aunque contada con la energía de jóvenes actores llenos de fortaleza corporal y mental, el texto es notablemente hermoso en varios pasajes. La temática no ha impedido conceder a la palabra dicha un rol que conmueve con su poesía. Por ello, la voz experimentada y bien armonizada de Eyzaguirre cumple un efecto amortiguador de la barahúnda existencial que se vive en los márgenes de los márgenes. La naturaleza amazónica esconde muchas congojas infinitas como las expuestas y cruentamente delimitadas por propio título de la obra patente en la salita del MALI. Este lugar no existe, es un pleonasmo de nuestra nación, una ratificación de que no solamente estamos en el infierno, sino que somos el infierno.