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OPINIÓN | Rubén Quiroz Ávila: "Los libros para el fin del mundo"

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31/03/2020 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023

Tantos años de acumular, cuidar, ordenar, seleccionar libros tiene ahora un sentido supremo. La delicada y minuciosa manía de lector coincide con una larga y necesaria reclusión sanitaria. Miles de libros de todo tema, de antigu?edad, de épocas de aprendizajes juveniles, de formación académica indisciplinada, de solitario e íntimo placer, de provocación de la imaginación, incluso concretándose con los clichés más simples y preciosamente ridículos: eso de leer con un café y un cigarro.

Las postales borgianas hechas realidad, pero de modo tal que el encierro es ahora un acto religioso diario y con el escritorio acumulando cada vez más los lomos gordos, los cómplices lomos flacos, de colores pudorosos, y con el maravilloso desorden de todo este acto sublime de leer y siempre al borde de la devoción. Libros en la mesa, en la cama tibia, cerca al baño de retiro casi espiritual, en la terraza interior, en los sillones con pelos de gato. Todos como huellas de un apocalipsis inminente.

Una etapa parecida de amanecidas solo es comparable antes de los veinte años, cuando la compulsión lectora era un acto de sobrevivencia. Eso de ser sanmarquino con ínfulas literarias, nos liberaba a leer con esa calma de innata subsistencia. Es que, para alguien en vías de consagración a las humanidades, conseguir un libro era un signo de orgullo, de conquista, de arrojo bibliotecario, casi de opulencia.

Estábamos llenos de fotocopias. En San Marcos el conocimiento debe compartirse en todos los canales posible. Las aventuras por las librerías de Amazonas y sus inquietudes urbanas, las tentaciones báquicas de la calle Quilca no impedían la búsqueda casi budista en sus stands surtidos, o las nocturnas (siempre a medianoche) incursiones librescas alrededor de la Plaza Bolognesi, o en los jirones secretos de la avenida Colmena. Todas esas odiseas nos preparaban para una de las etapas más duras de las que hay memoria.

Es por ello que nuestra biblioteca personal adquiere dimensiones líricas. Es que mi casa gira en torno a la biblioteca. Es el centro del mundo. Por ello, el reencuentro con esos versos subrayados antaño, con esas frases de alguna novela que regresa con la contundencia de su acierto, con ese cuento que se había extraviado en la barahúnda de la cotidianeidad, o ese ensayo filosófico que ratifica que la lectura ayudará a que este mundo o la manera como la hemos conocido ha cambiado para siempre. Es que nuestra biblioteca contiene los libros para esperar el fin del mundo

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