07/04/2020 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Estamos en uno de los momentos más difíciles como humanidad. Es que no solo se trata de una pandemia incontrolable aún, sino que pone en cuestión el propio sentido de la existencia. Es decir, nos regresa a una vieja pregunta de la filosofía. Eso de interrogarse por la razón misma de la vida. ¿Para qué vivimos? ¿Cuál es la manera de ver las cosas? ¿Por qué existe la muerte? ¿Tanto dolor es inevitable? Esas simples incógnitas las hemos olvidado ante tanta velocidad de la vida moderna y engatusados por una supuesta conexión global. Sin embargo, son cuestionamientos cruciales que nos obligan a repensar nuestra propia posición como seres humanos. Es por ello que la filosofía es una herramienta indispensable también ahora. Asumir de nuevo, esas preguntas esenciales, en nuestro actual confinamiento, es una forma de redescubrirnos. Acaso, de esa manera, reconciliarnos con nosotros mismos. El mismo hecho de preguntarnos sobre nuestro futuro, en estos momentos de alta incertidumbre, con un pánico lógicamente generalizado, ante el horror e impotencia de ver miles de muertos en todo el mundo, hace que cualquier persona haga también un intento de preguntarse, algunos con mayor profundidad, sobre el sentido de la vida misma.
Y también nos enseña sobre el verdadero valor de las cosas y los momentos. Ahora comenzamos a saber la importancia del abrazo, el calor de la mirada directamente a los ojos, la cercanía que ofrece la conversación, lo inigualable del beso sincero, la caricia maternal, la belleza de la caminata acompañado. ¿Eso lo habíamos dimensionado antes? ¿Habíamos reconocido su valía, su fascinación, su belleza? Difícil, ¿no? Lo cotidiano, la diaria sobrevivencia, la perversa ficción del libre mercado como única manera de intercambiar, el cinismo promovido como modo de vivir, el individualismo egoísta, han hecho su labor.
La cuarentena, entonces, no es solo un aislamiento físico del otro, sino un encierro moral. Un masivo e íntimo retiro espiritual. Es más que una estrategia de higiene y cuidado, es una breve oportunidad de reconocer al prójimo como parte de una inmensa hermandad y asumir, de una vez por todas, las secretas conexiones filiales con cualquier ser humano. ¿Podemos sacar de esta larguísima noche alguna forma de luz? Es posible que ello ocurra, que la sanación del alma suceda.