19/07/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Yuyachkani, ese grupo que ha aportado mucho al teatro latinoamericano, cada año se repite a sí mismo. Pero esa repetición es un recordatorio. Sus obras cada vez más parecen versiones de una inmensa puesta con diferentes capítulos. Es como una serie nacional, cuya fuente principal, es nuestro contradictorio país. Sabemos que el Perú es inagotable en sus dramas. Cada día para los peruanos es una aventura riesgosa. Incluso, al anochecer, si llegamos sanos y salvos a casa, hay que agradecerlo. Por lo tanto, en nosotros, como colectivo heterogéneo, fundamentalmente tenemos relatos de sobrevivencia.
Los Yuyas, han captado muy bien las profundas heridas de las que estamos compuestos. Nuestras desigualdades socioeconómicas siguen siendo hondas, perversas, infernales. El racismo, como estrategia de colonización y subordinación sigue existiendo. Más allá de los tímidos esfuerzos por neutralizarla, persiste como máquina de exclusión. En el Perú la pobreza tiene color de piel mestizo, rostro indígena, mirada afroperuana, voz amazónica, es mujer. La mayoría de nuestra población carece de dignas formas de vida. Una inmensa cantidad de personas sin acceso al agua, con pocas oportunidades reales de mejora, con una infraestructura inexistente para las mayorías, con un sistema de salud pública colapsada, con una violencia exacerbada en la ciudad. Somos resultado de ese proyecto de nación imaginado desde la mentalidad criolla, por lo tanto, desde el saque, excluyente. Así, las fiestas patrias más que una celebración es prácticamente una conmemoración del pueblo que pudimos ser. Del país que debimos ser. Que no nos engañe el placer culinario, que no nos mienta la Marca-Perú, que no se oculten los nudos sociales que nos impiden tener prosperidad compartida. Repito, prosperidad para todos, compartida, no en manos de pocos, de los de siempre, de una élite que tiene poco de patriota.
Es que el amor a la patria no es para tener mayores exportaciones, para hacer alianzas internacionales y empresariales de extracción de los recursos de manera desventajosa (el gas, la pesca, los minerales), en la que el Perú es solo un pretexto para legitimar negocios, en la que solamente somos números. De ese modo, la metáfora planteada por la puesta de escena, adquiere esa dimension de fresco histórico de nuestras ficciones fundacionales. El poder político se convierte en una herramienta para enriquecerse. Esa casta corrupta y delictiva ha casi controlado el país. Antes la mafia usaba a su brazo político. Ahora son ellos mismos quienes toman descaradamente el poder y usufructan todo lo posible. El círculo vicioso se mantiene intacto. Ese es el valor de esta necesaria radiografía teatral, que nos recuerda todo lo que nos falta por hacer, pensar, cambiar. Que el mal, por más que parezca invencible, triunfal, puede ser enfrentado, detenido, combatido. No tenemos otra opción para seguir existiendo como nación.