OPINIÓN | Roberto Rodríguez Rabanal: Mariátegui, la crítica y la creación heroica
El 14 de junio de 1894 nació el Amauta José Carlos Mariátegui en Moquegua. Su aporte político e intelectual, cultural y organizacional, ha dejado huella. Cierto que algunos pretendieron apropiarse de su legado iluminándolo por el sendero equivocado; otros repiten sus postulados como catecismo; y no falta quien vive del apellido, en una complicada relación de utilitarismo y odio al abuelo. Pero el mariateguismo auténtico es el que se nutre de la realidad y se construye sin calco ni copia, como creación heroica.
En El alma matinal, nuestro ilustre compatriota señala que la actitud del hombre que se propone corregir la realidad, es ciertamente más optimista que pesimista. Es pesimista en su protesta y en su condena del presente; pero es optimista en cuanto a su esperanza en el futuro. Todos los grandes ideales humanos han partido de una negación; pero todos han sido también una afirmación. O sea, la crítica es muy importante, pero tiene sentido cualitativo si va acompañada de propuestas.
Lo principal es erigir una alternativa renovada que oriente su quehacer cotidiano a la construcción de un Perú diferente, sustentado en un sólido proyecto nacional de desarrollo en torno a una visión compartida; que reivindique el valor de los valores, enfatizando en la justicia -que según Cicerón es la reina y señora de todas las virtudes- y en la libertad -a la que se refiere Platón como ser dueños de nuestra propia vida-; aunado a las cuales también son relevantes la dignidad, la prosperidad, la honestidad y la paz. Estos valores trascendentales contribuirán a darle fuerza al tan necesario mito que, para Mariátegui, mueve al hombre en la historia.
Que además defina objetivos estratégicos claros para promover una economía al servicio de la gente, diversificando la producción, poniendo el acento en la industria, fomentando la inversión pública y privada y respetando la soberanía nacional y el medio ambiente; propiciando la equidad social para hacer frente a la notoria desigualdad a través de una educación de calidad para todos, salud y aseguramiento universal, ciencia y tecnología innovadora; generando empleo digno en nuestro Perú diverso cultural, étnica y geográfica y biológicamente; y garantizando la seguridad ciudadana.
No habrá posibilidades de avanzar si prima un enfoque dogmático y fundamentalista, ya sea el de los adoradores del dios mercado, ya sea el de aquellos que aún no se han dado cuenta -o no quieren hacerlo- que el muro de Berlín fue derrumbado hace 30 años, quedando atrás el autoritarismo y el estatismo.
Necesitamos una vasta unidad programática ciudadana y no ideológica reducida a un sector político reacio a renovarse en los hechos. Mente abierta para sumar con efecto multiplicador a las fuerzas democráticas, patrióticas, morales y descentralistas; y no cerrazón vanguardista e ideologizada con dogmas ya superados.
Movimientos locales y regionales; trabajadores de la ciudad y el campo; profesionales y técnicos; pequeños empresarios; colectivos juveniles, culturales, femeninos, ambientalistas, comunicacionales, entre otros, constituyen factores de poder ciudadano. Basados en ellos iremos edificando una sólida opción de gobierno democrático, descentralizado, transparente, intercultural, eficaz, inclusivo, plural y participativo, orientado al buen vivir. Esta es la vía nacional para realizar los cambios de raíz; el resto es sectarismo, seguidismo o miopía versión siglo 21, es decir, más de lo mismo.