OPINIÓN | Roberto Rodríguez Rabanal: "La corrupción no tiene color político"
¿Qué tienen en común Alberto Fujimori y Toledo, si el primero gobernó autocráticamente, y el segundo combatió la re-reelección? ¿Y AG con Humala, rivales directos el 2006, uno maquillando en campaña el modelo excluyente y llevándolo al extremo ultraderechista; el otro hablando de la “gran transformación” para terminar cogobernando con la Konfiep?
¿Qué tienen en común los exalcaldes de Lima Castañeda y Villarán? ¿La Sra. K y PPK? ¿Kouri-Moreno-Sotomayor y Santos-Cerrón-Simon? ¿El excontralor Alarcón, hoy en la UPP de Antauro-Vega-Acuña y la aprista Luciana León? ¿Banqueros y miembros del 'Club de la construcción', con los “Cuello blancos del puerto” y 'Los intocables de La Victoria”?
La respuesta es sencilla y directa: la corrupción. Esta, a la luz de la experiencia, muestra que no tiene signo ideológico, color político, género, crédito religioso o situación socioeconómica. Los individuos a quienes en algún momento la ciudadanía les dio la confianza con su voto, y los grupos de interés que no dan puntada sin hilo, revelan que en nuestro país tenemos un Estado capturado, un Estado en mal estado, de espaldas a la gente.
La justicia brilla por su ausencia. Tres ejemplos: los 30 muertos en Villa El Salvador y hasta ahora no hay ningún responsable; el cruel asesinato de la estudiante de Sociología Solsiret Rodríguez, que desnuda la indolencia y los prejuicios absurdos de los organismos estatales; y la muerte de dos jóvenes en un local de McDonald´s, sin que los dueños admitan su culpa.
¿Son tan torpes los funcionarios públicos que forman parte del sistema de administración de justicia? ¿O alguna mano invisible entra en acción “para romper la mano” a diestra y siniestra? Hay también algo en cuanto a lo primero pero es la corrupción lo que acentúa la injusticia y pisotea la dignidad humana.
La crisis de valores está llegando a niveles inadmisibles, ante lo cual los medios de comunicación o “se hacen de la vista gorda” para no chocar con los intereses de los mandamases, o nos inundan con “basura” en cuanto a contenidos, tratando de que, sobre todo la juventud, esté “en modo esto es guerra”.
En este contexto, ad portas de que entre en funciones el Congreso, fragmentado a más no poder, con partidos con harto “floro” y maquillaje, anunciando reformas que ni ellos mismos creen que se aprobarán; y sin abordar desde las funciones legislativa-fiscalizadora-de representación, los temas de fondo acerca de seguridad ciudadana, educación y violencia contra la mujer y la niñez. Ni qué decir de los lobbies de los grandes grupos de poder económico, los formales y los ligados al narcotráfico; a los que no se toca “ni con el pétalo de una rosa”. O sea, más allá de que el nuevo presidente del Congreso sea un señor que “democráticamente” se opone a las elecciones primarias abiertas, con participación ciudadana; lo real es que hablan de cambios para que nadie cambie; a la medida de un gobierno sin rumbo, que se va debilitando y que incluso empieza a perder su bandera de lucha contra la corrupción.
Desde la sociedad civil debemos construir nuevos espacios articulando esfuerzos locales-regionales-nacionales, a manera de encuentros ciudadanos en los que se den la mano los liderazgos emergentes para construir una alternativa de gobierno diferente para el bicentenario. Para ello necesitamos la más amplia unidad de las fuerzas del cambio, pero jubilando políticamente a los corruptos. Unidad sí, corrupción no.