OPINIÓN | Roberto Rodríguez Rabanal: Corrupción, copamiento de poderes y herencia colonial
El Perú actualmente se encuentra en una encrucijada en la cual los avances anticorrupción pueden pasar a ser permanentes o ser, más bien, arrasados una vez más por subsistentes y poderosos intereses creados, afirmaba Alfonso Quiroz en Historia de la corrupción en el Perú. Si bien hay logros iniciales en cuanto a los casos Odebrecht-Lava Jato y 'Cuellos blancos del puerto'-Lava juez, que involucraron a expresidentes de la República, aún no son irreversibles, y la mafia contraataca permanentemente desde sus posiciones de poder político y económico.
La corrupción no es algo coyuntural sino que forma parte de la funesta herencia colonial y si alguna duda cabe, me remito al texto Discursos y reflexiones políticas de los Reinos del Perú, de los españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, publicado en 1826 en Londres con el nombre de Noticias secretas de América, explicando que a mediados del siglo XVIII el sistema colonial se caracterizaba por los sobornos, la corrupción y el mal gobierno. Texto que demoró 70 años en ser publicado y que luego fue prohibido.
Durante el virreinato, los corregidores fueron la principal autoridad local, en representación del Rey y del Virrey; su función era corregir los abusos contra los indios y cobrar tributos; sin embargo, se convirtieron en el principal factor de corrupción y abuso. En 1784 se instaló el sistema de intendencias, afianzando el poder de la corona en relación al del Virrey, designándose a militares en la mayoría de los cargos y recién a partir de 1810, a partir de la crisis en España, fueron nombrados intendentes criollos.
Esto explica la enorme cuota de poder que favoreció el caudillismo desde el inicio de la República. Quiroz asocia el caudillismo con las redes de poder que reproducen lo que existía en el sistema colonial y que desnuda la debilidad institucional luego de la Independencia. En las diferentes etapas de nuestra vida republicana, se mantuvo y perfeccionó la herencia colonial de un sistema corrupto y centralista, donde las tendencias copadoras del Estado, manejadas por los grandes grupos de poder económico, afloraban frecuentemente; y la ética era y sigue siendo una palabra vacía.
La promesa de la vida peruana sobre la que tanto escribió y explicó Basadre, ha quedado en letra muerta; los que sí subsisten son los podridos, congelados e incendiados, cuya versión actualizada está representada en el fujiaprismo y la Confiep y en la cada vez más extendida presencia del narcotráfico.
Curiosamente, los perdedores en las elecciones del 2016, quienes nunca tuvieron la hidalguía de reconocer su derrota, ahora pretenden copar todos los poderes del Estado, incluyendo el Tribunal Constitucional, y no tienen escrúpulos para incluir a gente ligada a los 'Cuellos blancos del puerto'; lo que evidencia que no importa nada la opinión ciudadana, tal como lo dijo un expresidente del TC.
Vivimos una coyuntura que puede asumir un carácter estratégico en tanto viabilicemos el reagrupamiento de las fuerzas democráticas, patrióticas, descentralistas y morales desde la acción ciudadana, a fin de emprender los cambios de raíz como parte de la salida democrática a la crisis política y moral, rumbo al bicentenario, rompiendo con la aciaga herencia colonial. Si es lo primero, el respaldo popular a sus decisiones será mayor; caso contrario perderá el tren de la historia. Son horas de lucha, como decía González Prada. No bajemos la guardia.