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OPINIÓN | Nicolás Lúcar: Toledo, el fin de la farsa

Alejandro Toledo descubrió que la política podía ser el mejor de los negocios.
toledo
22-02-2019

Irrumpió en la política peruana como una promesa y confieso que me siento en alguna medida responsable porque en 1985 le hice una entrevista para La Revista Dominical, que fue su presentación en sociedad, que lo sacó de la lista de otros, del anonimato, para convertirlo en candidato.

Había nacido en un pueblito llamado Cabana en la sierra de Áncash, pero su familia se había mudado a Chimbote huyendo como millones de peruanos de las miserias en el campo que provocó Velasco.

“Nadie me tiene que contar a mí lo que es la pobreza...”, decía, mirándote a los ojos, “porque yo sé lo que es ir a dormir con la barriga vacía”. Conmovía a quien lo escuchara, me conmovió a mí. “Yo me puse mi primer par de zapatos cuando me tocó ir al colegio”, y sus ojos brillaban con, ahora lo sé, fingida emoción. Pero su frase cumbre era la referida a su familia: “yo sé lo que es la desnutrición infantil porque perdí 3 hermanos por ella”. Era imposible resistirse a tan brutal testimonio.

Pero esa era solo la introducción, el enganche. Lo que venía después era la apoteosis. “Soy el ejemplo viviente de que la educación es lo único que nos puede rescatar de la pobreza y quiero darle a los pobres de mi país la oportunidad que yo tuve”. Todo ello sazonado con anécdotas de discriminación, un par de huaynos mal entonados y recuerdos de su paso por Harvard.

Era el candidato perfecto. El cholo que venció a la pobreza extrema y gracias a la educación triunfó en el exigente mundo académico de los Estados Unidos. Por si fuera poco, sabía de economía y tenía las respuestas que se suponía necesitábamos.

Vivía entonces con su padre Anatolio y su hija Shantall en un barrio de empleados públicos. Eliane era su exmujer y no apareció en el primer capítulo de esta película.

Ella regresó a su lado cuando él se convirtió en potencial presidente y fue ella quien lo llevaba al delirio de creerse la resurrección de Pachacútec.

Tardamos en darnos cuenta de que era un gran farsante. De que la mitad de sus historias de vida eran inventadas o, en el mejor de los casos, para él, exageradas. Que se negaba a reconocer a una hija. Que era un alcohólico decidido a llegar al poder a cualquier precio.

Capaz de falsificar firmas para inscribir un partido o de recibir dinero de cualquiera que apoyara su campaña comprometiéndose a todo lo que fuera necesario, sin preocuparse si estaba bien o estaba mal.

Alejandro Toledo no era más que un impostor desesperado por hacerse rico, que descubrió que la política podía ser el mejor de los negocios.

Siempre me he preguntado cómo fue posible que gente inteligente y bien informada no se diera cuenta del pequeño monstruo al que estaban llevando al poder.

Y la respuesta es que sí lo sabían. En realidad, el 'cholo sagrado' no fue sino el instrumento de otros que lo pusieron en el sillón presidencial, lo atiborraron de whisky y cocaína, lo rodearon de prostitutas de diario chicha, para mantenerlo ocupado y hacer ellos los negocios que se pueden hacer en el Perú desde el poder.

Así fue como algunos lograron concesiones, contratos de obras públicas, canales y licencias de televisión.

Josef Maiman, que fue por años uno de sus más cercanos amigos, acaba de cerrar un acuerdo de colaboración con la Fiscalía. Con su testimonio se cierra el círculo del caso Ecoteva y se confirma con detalles el pago de 20 millones de dólares en coimas por la Interoceánica Sur, ese monumento a la corrupción y al irrespeto por las urgencias de los peruanos.

Alejandro Toledo va a terminar en la cárcel, pero ese destino merecerían también quienes lo encumbraron y se aprovecharon de él.

Tal vez cuando se vea enmarrocado, camino a la cárcel en Lima a encontrarse con Alberto Fujimori y (ojalá) otros distinguidos expresidentes, se decida a contarlo todo de quienes él creí eran sus amigos cuando en realidad siempre lo despreciaron y lo usaron como instrumento de sus propios intereses.

Ojalá que eso pudiera ocurrir. Soñar no cuesta nada.