06/05/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Uno de los efectos inevitables del escándalo de corrupción que envuelve a la clase política y empresarial peruana es la desmoralización que genera en la gente común.
La pérdida de fe de los ciudadanos, que ya no creen en nada ni en nadie y que no ven con esperanza un futuro en que las cosas puedan ser diferentes y cambiar para bien.
“Esto no tiene arreglo” es la frase que demasiados peruanos tienen en la punta de la lengua.
Pero junto a esta especie de derrotismo se está produciendo una gran radicalización, una polarización, una tendencia creciente a buscar salidas extremas a lo que estamos viviendo.
En los últimos días he escuchado a empresarios decir que lo que hace falta en el Perú es un Pinochet, que reviente a balazos las protestas sociales y ponga orden a la mala. En el otro extremo he escuchado voces de quienes quieren acabar con todo lo existente y regresar a los días de Velasco Alvarado.
“Que regrese Fujimori”, porque acabo con el terrorismo y estabilizó la economía, se exasperan unos. Un Bolsonaro es lo que nos hace falta”, un presidente de ultraderecha.
“Ya viene Antauro Humala”, amenazan los otros, para fusilar a los corruptos y “recuperar” nuestros recursos.
Lo cierto es la polarización entre caviares y fuji-Apristas resulta un juego de niños comparado con el nivel de violencia que nos amenaza si esta división en la sociedad peruana entre opciones irreconciliables y mutuamente excluyentes progresa.
El escándalo de corrupción generalizada en realidad no es sino un síntoma de una crisis aún mayor.
Tras el fracaso del nacionalismo militarista, y después de haber ido a la deriva durante te el segundo gobierno de Belaunde y el primero de García, en el Perú se instaló un modelo de reemplazo al que habían dejado los militares. Fujimori se apropió del programa del Movimiento Libertad y tomó como modelo el chileno de Pinochet e instaló en el Peru una versión bastante particular de neoliberalismo económico y social.
Lo que estamos viviendo hoy, así como ocurrió con el velasquismo, es el fin de una época.
El modelo fujimorista, no duró los 10 años que abarcó su gobierno. Su programa no fue variado por quienes ascendieron al poder después, proclamando incendiarios discursos anti fujimoristas y que, una vez llegados al gobierno, aplicaron a pie juntillas ese programa económico y social fujimorista que hoy parece haber llegado a su punto de quiebre.
La crisis de la educación, la salud, la infraestructura, la justicia, el transporte, la seguridad se incubaron durante los 10 años que gobernó Fujimori. Ni el ,ni ninguno de quienes nos han gobernado las últimas 3 décadas puede sacudirse de la responsabilidad del país que nos han dejado.
Pretender seguir con más de lo mismo no tiene sentido, pero tratar de volver a los años 70 es también descabellado.
¿Cuál es el camino a seguir? ¿qué debemos mantener y que cambiar?
Esa es la discusión que deberíamos enfrentar hoy, pero para eso se necesita gente con ideas y una nueva clase política que no sea incorrupta ni o ineficiente con la que nos hemos castigado las últimas décadas.