OPINIÓN | Nicolás Lúcar: el tamaño de la crisis
Lo que estamos viviendo es una de las más graves crisis políticas de nuestra historia republicana.
La cara más fea de esta debacle es el hecho inexorable de que todos los presidentes que fueron electos desde 1985 terminarán en la cárcel.
Alberto Fujimori ya está cumpliendo condena y su propia hija Keiko podría ser condenada, paradójicamente, sin haber gobernado, por estar implicada en la red de corrupción que empezaba con el financiamiento ilegal de campañas electorales de la que ella fue beneficiaria.
Tras las declaraciones de los ejecutivos de Odebrecht, que empezaron ayer en Brasil, y el efecto dominó de colaboraciones eficaces en Perú que ya se puso a andar, difícilmente se librarán de la cárcel Alan García, Alejandro Toledo (cuya extradición será inevitable), Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski. Con ellos caerán ministros y funcionarios y seguirán cayendo gobernadores regionales y alcaldes, pero también encopetados empresarios, abogados, consultores y periodistas, todos ellos parte de la red de corrupción más compleja que haya existido en nuestra historia y que eran la crema y nata de la élite que tomaba las decisiones en el país.
Lo que está yendo a la cárcel en el Perú, hay que entenderlo, es la mismísima clase dirigente. Esto es el fin de un capítulo de la vida nacional, un capítulo vergonzoso que debemos jurarnos no repetir jamás.
Pero la corrupción es solo una cara de lo que hemos tenido. Desde el fin del gobierno militar y la penosa transición democrática, fuimos de tumbo en tumbo, hasta que Fujimori decidió traicionar su promesa electoral y llevar a la práctica el programa neoliberal de su enemigo en la campaña, Mario Vargas Llosa. Por supuesto lo hizo a la mala y con golpe de por medio. Lo he repetido hasta el cansancio, lo que se instaló a partir de 1993 con la nueva Constitución fue un proyecto neoliberal mal hecho, que los sucesivos presidentes, más allá de su signo político, se han limitado a administrar a cambio de recoger su tajada.
El país ha crecido, es cierto, pero el dinero que ganamos se fue en corrupción o fue administrado con tan grande ineficiencia que tenemos una educación que da vergüenza, una salud pública colapsada, a la gente agobiada por la inseguridad, las peores carreteras y el peor servicio de transporte urbano del continente, mientras la mitad de nuestros niños son anémicos y millones de peruanos no tienen acceso al agua potable.
La corrupción es solo la cara más fea de un proyecto de país que ha llegado a su fin.
El último bastión para salvar el sistema instalado formalmente con la Constitución del 93 y aprobada por el Congreso Constituyente Democrático es Martín Vizcarra. Sus enemigos son tan limitados en sus alcances y tan cortos de inteligencia que no perciben que si cae Vizcarra la única salida razonable tras el desastre será la convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente donde TODO deberá ser puesto en discusión. Porque la gente no se va a contentar con cambiar algunas cosas. La gente va a querer cambiarlo todo y no se sentirá satisfecha con escoger quién será el nuevo mesías, el nuevo administrador de esto que no nos ha servido para resolver los grandes problemas nacionales. De eso ya tuvimos suficiente y sabemos en qué termina.
Las puertas de lo nuevo están a punto de abrirse, y se abrirán a la esperanza de un cambio para mejor, pero también a los peores peligros y amenazas. Más vale que estemos listos para enfrentar la tormenta que se avecina, que puede llevarnos a mejor puerto, pero también al abismo.
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