17/05/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
De pronto tenemos 750 mil habitantes nuevos en el Perú. Los venezolanos que llegaron hasta acá huyendo de la crisis que agobia su país son como una ola que no se detiene. Se calcula que podríamos llegar a fin de año con 1 millón de ellos instalados en nuestras tierras.
Con los venezolanos tenemos una deuda de honor. Eso es verdad. Ellos acogieron a miles de peruanos cuando eran nuestros compatriotas los que huían de la hiperinflación de Alan García y por el terrorismo.
Pero todo tiene un límite y es el que nos impone la misma realidad.
No estamos en capacidad de darle vivienda, trabajo, educación, acceso a la salud y al transporte a tamaña cantidad de gente adicional, cuando difícilmente podemos dárselas a los nuestros.
En algún momento Martín Vizcarra dijo que hasta 200 mil podíamos acoger haciendo un gran esfuerzo, pero esa cifra va camino a multiplicarse por 5 y seamos realistas: no tenemos ningún plan para enfrentar tamaño problema.
Así las cosas, darle trabajo a un venezolano ya es sinónimo de negárselo a un peruano. Las calles están llenas de ellos, los menos pidiendo limosna, la mayor parte compitiendo en el mercado laboral dispuestos a aceptar cualquier pago y cualquier horario, pese a que en la inmensa mayoría de los casos están altamente calificados. Tenemos profesionales venezolanos de todas las ramas vigilando puertas o haciendo de mozos y dependientes. También están los que han multiplicado el comercio ambulatorio y todas las actividades informales. Por último, tenemos la inevitable cuota de delincuentes llaneros que son temibles y más violentos que los nuestros.
La idea de enviar a los profesionales venezolanos al interior del país, allí donde los peruanos no quieren ir, es una buena iniciativa, pero resolverá -en el mejor de los casos- el problema de miles, cuando acá estamos hablando de cientos de miles.
La solución en realidad no está acá sino en Venezuela, y no depende del Ministerio de Economía sino de la Cancillería.
Ha sido un gran error de la diplomacia peruana alinearse incondicionalmente a la política exterior norteamericana sobre Venezuela.
La estrategia de los halcones que rodean a Donald Trump fue básicamente esta: aprovechar la crisis económica generada por la ineficiencia chavista y asfixiar al régimen de Maduro con sanciones económicas. El resultado, pensaban estos ilusos que no aprendieron hasta ahora nada del bloqueo a Cuba, debía ser la caída de Maduro en medio de la descomposición del chavismo y el ascenso victorioso de la oposición. Esa estrategia implicaba romper todos los puentes y jugarse el todo por el todo a la caída abrupta de Maduro.
Nada de eso ocurrió. Maduro sigue gobernando Venezuela y las sanciones económicas lo único que hicieron fue empobrecer tanto a la gente que los jóvenes que hace dos años estaban en las calles de Venezuela, ahora parecen fantasmas tratando de sobrevivir en países ajenos. Fantasmas desesperanzados, además, por un liderazgo de oposición incapaz. Juan Guaidó resultó patético parado frente a un cuartel el 30 de abril esperando la llegada de un golpe de Estado que los norteamericanos le habían prometido y que nunca llegó. Un hombre que ahora promueve la invasión extranjera de su propio país no merece nuestro respaldo.
El diálogo debería ser nuestra apuesta en Venezuela, la solución pacífica y negociada que permita elecciones aceptadas por todos, sin exclusiones y cuyos resultados sean reconocidos por todos. La Cancillería peruana debe desmarcarse de la estrategia norteamericana y debe hacerlo ahora.
No se trata de hacerlo por los venezolanos, se trata de hacerlo por nosotros mismos, porque la solución pacífica y negociada a la crisis debe incluir el fin del bloqueo económico que significará, entre otras cosas, el regreso a su país de cientos de miles de venezolanos que volverían mañana mismo a la patria de la que nunca quisieron irse.