OPINIÓN | Nicolás Lúcar: los peruanos y la minería
Empecemos por el comienzo. La minería es nuestra principal fuente de ingresos y de ahí deberían provenir los recursos que necesitamos invertir para ponernos en la ruta del primer mundo.
Cuando uno se pregunta de dónde diablos vamos a sacar los 100 mil millones de soles que necesitamos para resolver el gigantesco déficit de infraestructura educativa, para dotar a los colegios de la tecnología que requieren y para pagarles a los maestros lo que merecen, la respuesta es de ahí.
Cuando nos preguntamos de dónde vamos a sacar los recursos para contratar los 29 mil médicos, enfermeras y demás profesionales que faltan en el sector salud, para pagarle a los que ya están lo que deberían ganar y para construir la red de hospitales y de centros de salud que necesitamos desesperadamente, con los equipos de última generación con que deberían estar equipados, la respuesta es de ahí.
Cuando nos preguntamos de dónde vamos a sacar dinero para pagarle a los policías lo que ganaban hace 40 años, y para dotarlos de vehículos, equipos y locales adecuados, la respuesta es de ahí.
De ahí debería salir todo el dinero que necesitamos para construir la infraestructura de puentes, carreteras, túneles, vías férreas, aeropuertos, reservorios. Y para tener una justicia moderna, y para promover el turismo... Para todo.
Está claro también, o debería estarlo, que la explotación minera moderna permite aminorar el daño ambiental que inevitablemente genera esta actividad y remediar los perjuicios que ocurran en plazos cortos.
Para hacerlo, necesitamos de las grandes corporaciones, de un acuerdo con ellas.
De lo que se trata es de cómo lo hacemos. El secreto del éxito para un país como el nuestro es que permitamos que los grandes inversionistas ganen dinero y que a cambio nosotros tengamos lo que necesitamos de ellos: su dinero, su conocimiento y su tecnología.
El problema es que hasta hoy nos hemos relacionado de una manera equívoca con los grandes inversionistas. No hemos hecho transacciones de mutua conveniencia, simple y llanamente nos hemos sometido.
Esto tiene que cambiar. Nuestros gobernantes han actuado como guardaespaldas de las grandes corporaciones mineras y les han dado hasta lo que no pedían. Cuando se han generado conflictos con las comunidades por los daños ambientales, potenciales o tangibles; cuando las comunidades han reclamado para compartir algo de esa riqueza que se saca de la tierra sobre la que viven, se les ha acusado de terroristas antimineros y en demasiadas oportunidades se les ha lanzado la policía y hasta el Ejército para someterlos.
La prensa nacional, con tan honrosas como pocas excepciones, ha tenido en todo esto un papel patético que ni siquiera es necesario describir.
La crisis de Las Bambas puede ser la gran oportunidad de empezar a hacer las cosas de una manera diferente.
Ese camino comienza por escuchar a quienes como los comuneros de Fuerabamba están dispuestos, incluso, a entregar las tierras de sus ancestros a cambio de que la minería no solo siga haciendo ricos a lo que ya lo son, sino que sea la palanca para cambiar sus vidas y las vidas de los peruanos, de todos los peruanos.
Comience usted por escucharlos señor presidente del Consejo de Ministros.