OPINIÓN | Nicolás Lúcar: los nini y la crisis de inseguridad
Más de 1 millón y medio de jóvenes peruanos entre 15 y 29 años no estudian ni trabajan.
No tienen un lugar en la sociedad, no tienen oportunidades.
Son los llamados Nini.
Si pretendemos entender y más aún resolver la crisis de inseguridad, deberíamos dejar de tener una visión puramente policial de lo que nos está pasando y comprender que detrás de la inmensa mayoría de jóvenes delincuentes, hay un hogar disfuncional, un padre ausente o violento, un barrio peligroso, un colegio con pésima educación y los peores trabajos para escoger, los más desgastantes y los peor pagados.
Según el último Censo del 2017, solo entre los adolescentes entre 14 y 19 años los Nini suman 440,591.
De ellos la mayor parte, el 60%, son mujeres, muchas de las cuales tuvieron que dejar la escuela por embarazos no deseados y una maternidad prematura.
Siete de cada 10 Nini adolescentes viven en las ciudades, deambulan por ellas sin encontrar destino cierto.
Cuatro de cada 10 no acabaron el colegio y con ello pierden la posibilidad de mejorar sus vidas, porque con ello cierran la puerta a una educación superior y a una mayor calificación.
Gran parte de la deserción escolar tiene que ver con la pésima educación que se imparte en nuestros colegios públicos, que han sido completados con escuelas privadas de igual o peor calidad educativa.
Solo en el Callao, según el último censo, hay 12,712 Nini y en Lima 109,352, y estamos hablando solo de los adolescentes menores de 19 años.
Según el mismo censo, el 20% de los escolares de Lima y Callao abandonan la escuela y no terminan sus estudios. La realidad con la que se han encontrado por ejemplo las nuevas autoridades de la región Callao es de espanto y podría duplicar las cifras oficiales del censo.
En esas condiciones, a estos jóvenes solo les queda hacer de cobradores de micro, mototaxistas de un vehículo ajeno, vigilantes que cuidan esquinas 12 horas diarias a cambio de pagos miserables, o son obreros esclavos como los que murieron en el incendio de Nicolini.
Los peores trabajos y los menos pagados.
Eso es lo que le estamos dando a una inmensa cantidad de jóvenes que miran a otros de su edad y de sus barrios que llevan zapatillas, polos y gorros de moda y que se mueven en motos, y tienen el celular de última generación y billete en el bolsillo, gracias a que se metieron en pandillas, distribuyen droga o participan en asaltos.
La tentación es grande si no les damos opciones de una vida mejor. Pero, además, está el pésimo mensaje de los que deberían dar el ejemplo de rectitud como nuestros políticos, pero están haciendo cola para ir presos por ladrones.
Qué tal si la próxima vez que hablemos de inseguridad y alguien proponga sacar a los militares a la calle o en endurecer las penas para los chicos, pensamos un poco en ellos y en lo que estamos obligados a hacer para darles la esperanza de vida mejor y las oportunidades para lograrla.