16/05/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Cuando aceptó ir en la plancha presidencial de Pedro Pablo Kuczynski, no imaginó que el destino lo iba a convertir a él en presidente. ¿O sí? No lo sabemos. Lo que sí es seguro es que Martín Vizcarra, el hombre que decía representaba a las regiones, nunca imaginó que esto iba a ocurrir como ocurrió y que de pronto estaría en el centro de la mayor crisis de nuestra historia.
Por primera vez en nuestra atormentada vida republicana la corrupción está al descubierto y los responsables de ella empiezan a caer uno tras otro, sin que puedan hacer nada para evitar la exposición pública y (todos esperamos que así sea) el castigo que merecen.
Por supuesto que los corruptos se resisten y conspiran y esta es y será una larga guerra en la que el peor error sería bajar la guardia y no desmontar el sistema que han construido.
Vizcarra ha sabido dar el mensaje adecuado de respaldo al Equipo Especial Lava Jato y con ello ha logrado ganarse alguito con la inmensa popularidad de Rafael Vela y los suyos.
El moqueguano, que ascendió al poder con su respaldo, ha sabido también pegarle sus buenas palizas al Congreso, la institución que se ha ganado a pulso el desprecio de los peruanos y que se resiste a poner el acelerador a las reformas política y judicial que el país está esperando.
Pero nada de esto es suficiente. Si bien la caída de su popularidad parece haberse detenido en los últimos días, según lo revela la última encuesta de CPI, Vizcarra tiene que hacer más que apoyar a los fiscales anticorrupción o pegarle al Congreso, si no quiere volver a la caída.
Los peruanos vivimos agobiados por la inseguridad, por el colapso de todos los servicios públicos y por las estrecheces económicas que afectan a la inmensa mayoría de peruanos, pese a que vivimos en un país que no ha dejado de crecer en términos macroeconómicos. Pero también la gente está cansada de promesas que no se cumplen, de una reconstrucción que no avanza y donde los investigados por corrupción siguen ganando licitaciones.
Si bien es cierto parece estar decidido a preferir el diálogo que la criminalización de los conflictos sociales, lo que Vizcarra y su equipo de gobierno tienen que terminar de entender es que no basta con hacer más de lo mismo con menos corrupción.
El proyecto neoliberal de país que reemplazó al de Velasco y que se legitimó con el Congreso Constituyente Democrático y la Constitución del 93 está agotado, atrapado en su propio laberinto.
En el país admirado por su crecimiento, después de 25 años, no hay dinero para educación, salud pública, seguridad, justicia. La ineficiencia de la gestión pública es pasmosa y el dinero que hay se malgasta o se devuelve. Las prácticas corruptas son el pan de cada día de las contrataciones públicas, la riqueza se ha concentrado en muy pocas manos y el bienestar ha chorreado a algunos sectores que pese a ello viven agobiados por la inestabilidad de su situación.
Vizcarra tiene el reto de ser la bisagra de este momento que será inevitablemente de grandes cambios, donde tendremos como ya se avizora una tremenda polarización.
La reforma judicial debería darnos la garantía de que todos los políticos y empresarios corruptos paguen por lo que nos hicieron y la reforma política debe permitirnos barrer de la conducción del país a quienes lo han dejado como está y abrir el espacio a que gente decente se haga cargo de la conducción de nuestro destino.
Vizcarra tiene la responsabilidad de que eso ocurra.
Porque si no es así, y quiero que quede registrado lo que escribo, lo que tendremos que enfrentar será el resurgimiento de Sendero Luminoso, y que está trabajando cada día, esperando -como ellos saben hacer- que todo se derrumbe para someternos a su dictadura.
Estamos avisados.