14/03/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
El año 2014 conocí a una casi niña llamada Fiorella Nolasco. Acababan de asesinar a su padre Ezequiel Nolasco, que había sobrevivido a un ataque anterior donde su hermano murió poniendo el cuerpo para recibir las balas que iban dirigidas a Ezequiel.
Esta criatura a la que le tocaba entonces ser protegida y que pudo rendirse al miedo y refugiarse en un silencioso intento por olvidar la tragedia que envolvía su vida, optó por no callar.
Recogió la herencia de su padre y decidió seguir en la guerra que ya le había costado dos muertos a su familia.
El día que la entrevisté por primera vez me conmovió cómo había convertido su enorme dolor en fortaleza y la intensidad de su mirada pidiéndome que no la dejara sola en la lucha porque la muerte de su padre no quedara impune, porque los corruptos que lo mandaron matar pagaran por su crimen y porque la corrupción se acabara en el Perú.
Ese día sentí vergüenza por lo que los adultos no habíamos hecho hasta entonces. Por no haber escuchado como debimos a Ezequiel Nolasco, por no haberle tendido la mano con el poder que solo tenemos los medios. Por lo permisivos que habíamos sido con la corrupción. Por la falta de consecuencia con la que habíamos iniciado batallas que al tiempo olvidábamos permitiendo que la vida continuara.
Ese día le juré a Fiorella Nolasco que nunca estaría sola, ella lo sabe porque se lo dije y ella sabe también que he tratado de honrar esa promesa. Lo que ella no sabe, porque nunca lo he contado antes, es que ese día me hice una promesa a mí mismo. Ese día hice el juramento de que el resto de lo que me quedara de vida como periodista debía servir para lavar las lágrimas de víctimas como Fiorella, un juramento que probablemente me cerraría las puertas de la televisión, por lo menos de esta televisión que sufrimos los peruanos, y he honrado este juramento.
Fiorella Nolasco me llamó ayer para recordarme que hoy se cumplen 5 años del asesinato de su padre.
Por eso hoy quiero recordarles a todos los que lean estas líneas y a todos los que me escuchen, que Ezequiel Nolasco denunciaba la corrupción cuando nadie quería hablar de ella. Hoy quiero que recordemos que Ezequiel Nolasco nos dijo, cuando nadie se atrevía a decirlo, que en la carretera de Chacas la empresa Odebrecht (la que ponía y sacaba presidentes) había pagado comisiones ilegales. Hoy debemos recordar que Ezequiel Nolasco se encadenó en Lima cuando nadie quería escucharlo, para decirnos que César Álvarez, el presidente regional de Áncash era el cabecilla de una organización criminal que estaba saqueando la región y matando a quienes se le ponían al frente, mientras el presidente de la República, Ollanta Humala, lo proclamaba como el ejemplo que otros debían seguir y el Congreso de la Republica se negaba a investigarlo.
Hoy debemos honrar la memoria de Ezequiel Nolasco, y renovarle a su hija Fiorella la promesa de que los asesinos de su padre no quedarán impunes. Pero debemos decirle también que su muerte no fue inútil, porque tuvo el coraje de marcarnos el camino. Porque con su sangre se fertilizó la tierra de ese nuevo país decente que estamos construyendo desde abajo y que ya nadie podrá detener.