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OPINIÓN | Nicolás Lúcar: por dónde empezar

Tenemos el derecho, pero sobre todo la posibilidad, de construir en un país distinto al que nos han dejado.

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10/06/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023

La incertidumbre cunde entre nuestros ciudadanos.

La profunda decepción, molestia y desprecio hacia una clase política y empresarial corrupta e ineficaz es un sentimiento generalizado en la sociedad.

Cada semana aparece nueva información que no hace sino confirmar esa desazón.

¿En qué va a terminar esto y qué es lo que toca hacer?

Si la justicia no es comprada o manipulada, como lo ha sido hasta ahora, deben ir a la cárcel todos los expresidentes de las últimas tres décadas, los últimos dos alcaldes de Lima y las autoridades de una gran cantidad de regiones, provincias y distritos, además de exministros y funcionarios de los más altos niveles y parte de la crema y nata de nuestro mundo empresarial. Involucrados todos ellos en un perverso sistema que convirtió el ejercicio de la política en una vía rápida de enriquecimiento ilícito y la actividad empresarial en una práctica basada en la inmoralidad y la corrupción.

Todo esto al precio de realizar obras que no eran prioritarias y de sobrevalorar las que lo eran, perjudicando seriamente las urgencias nacionales en prácticamente todas las áreas.

Resulta tedioso repetir lo que se ha dejado de hacer en años de crecimiento que debieron dejarnos un país bastante distinto al que tenemos. Anemia y desnutrición infantil en índices vergonzosos, una educación y una salud públicas que tocan fondo. En fin, todos lo vivimos cada día en la inseguridad, el transporte y la falta de acceso al agua potable y a una infraestructura adecuada.

Está claro que necesitamos que se acabe la impunidad y que los responsables paguen por ello, que todos los corruptos y los corruptores y sus cómplices vayan presos. Está claro qué además hay que desmontar, si queremos que esto pare realmente, las redes y sistemas de corrupción que actualmente subsisten y que no han sido desarticuladas. Es urgente por ello avanzar en la reforma del sistema de justicia.

Pero también es indispensable replantear las reglas de juego del ejercicio de la política en el Perú para que los partidos dejen de ser nidos de bandidos y pasen a ser representaciones reales y democráticas de la sociedad y de las diferentes propuestas para conducir los destinos de la nación.

Por eso es importante la reforma política.

Pero nada va a cambiar si no logramos que aquellos ciudadanos decentes que son la mayoría de peruanos dejen la pasividad y se decidan a hacerse cargo de sus propios destinos. El Perú necesita que nueva gente se haga cargo de las riendas del país. Gente que sabe lo que hay que hacer porque es parte del mundo real y tiene respuestas a todos y cada uno de los retos que tenemos como país. Y esa gente está en el mundo de los emprendedores, que tienen que ser -dicho sea de paso- el motor de la transformación que necesitamos. Pero esa gente está también en los colegios y gremios profesionales, en las universidades, en los centros de investigación, en los movimientos sociales de las regiones, en la juventud que quiere un país diferente.

Pero no es solo un problema de gente, es también un problema de diagnósticos y de ideas. Tenemos que partir de reconocer que así como terminó el ciclo de Velasco Alvarado, y su proyecto estatista, también ha llegado a su fin el ciclo del proyecto neoliberal que instauró Fujimori y que han llevado a la práctica sus sucesores en el poder.

El Perú necesita cambios, en el rol del Estado en la economía, en las formas de contratación entre el Estado y la empresa privada, en las reglas de juego del sistema de concesiones y de la explotación de nuestros recursos, en la administración de esa riqueza que, se supone, es de todos pero que ha terminado, otra vez como ya ocurrió antes en nuestra historia, engrosando las arcas de unos pocos.

Somos un país privilegiado, que tiene minerales, petróleo, gas, historia, gastronomía y una despensa en el agro llena de aquello que el mundo quiere.

Tenemos el derecho, pero sobre todo la posibilidad, de construir en un país distinto al que nos han dejado. Todo depende de nosotros, de que dejemos la pasividad y nos pongamos en acción.

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