OPINIÓN | Nicolás Lúcar: por dónde empezar
Es impresionante constatar cómo resulta casi imposible encontrar consensos en el Perú. Encontrar qué es lo que nos une, qué es lo que nos hace una sola nación, no es un tema que parezca preocuparle a nadie en un país enfrascado en la permanente confrontación.
La explicación está en nuestros mismos orígenes como República. No somos hijos de una revolución anticolonial, que nos hubiera unido desde el inicio.
Nuestra independencia fue proclamada por un general argentino, José de San Martín, que llegó hasta Lima encabezando un ejército de soldados chilenos y oficiales argentinos que vinieron a sellar su propia liberación, porque acá estaba la capital de la opresión española.
Nuestra libertad fue sellada por otro general extranjero, Simón Bolívar, que vino desde Venezuela hasta nuestras tierras con su propio ejército para terminar la tarea.
Cuando nos quedamos solos comenzó el desmadre.
La lucha por el poder se convirtió en un fin en sí mismo. Nadie tenía proyecto ni programa.
Los caudillos hambrientos por tomar el control de la caja pública se mataban unos a otros en una pugna sin fin.
Hemos tenido presidentes que lo han sido por meses, por semanas, por días y hasta por horas.
Llegar al gobierno para hacerse rico, ese era el objetivo.
Y esa ha sido, con altibajos, con uno que otro momento memorable por lo excepcional, la triste historia de esta República que nunca aprendió a caminar y que ya se muere de vieja.
Todos hablan, incluyendo los que nos han mal gobernado por décadas, como si lo hicieran por primera vez a un país que recién se está fundando.
Aunque es verdad, en el Perú todo está por hacerse.
Nuestras riquezas, que han dado lugar a leyendas, las hemos agotado irresponsablemente y tras el boom y el esplendor solo nos han quedado un puñado de millonarios y la pobreza de siempre.
Y no aprendemos.
Ayer fueron el guano y el caucho. Ahora es el cobre, o el gas, o la anchoveta.
Los políticos 200 años después siguen teniendo un precio y la política ha dejado unos pocos y discretos héroes, pero sobre todo ha excretado manadas de ladrones.
Así estamos. Como al comienzo... pero mejor. Ya sabemos lo que no queremos, ahora se trata de ponernos a pensar, práctica poco común en nuestros días, la clase de país que queremos ser.
No quién será el próximo presidente, porque ya sabemos en qué acaba eso. De caudillos ya tuvimos suficientes. Las preguntas deben ser otras. ¿Qué vamos a hacer para que nuestras inmensas riquezas sirvan para el disfrute de todos , para construir un país moderno, civilizado, donde las gentes se respetan unas a otras más allá de sus diferencias, donde todos puedan tener acceso a salud, vivienda, transporte decente y agua y desagüe en sus casas? Un país donde la educación de calidad no sea un privilegio inalcanzable, donde la democracia no solo sea de papel y la libertad de expresión no sea propiedad de unos pocos que pretenden decidir por nosotros. Un país donde cualquier sueño de un niño que crezca en estas tierras pueda convertirse en realidad.
Lo único a lo que no tenemos derecho al borde de cumplir 200 años es a repetir la historia.