Opinión | Nicolás Lúcar: derecho al agua y al respeto
Hace 20 días que San Juan de Lurigancho languidece sin agua. El distrito más grande del Perú, donde habitan más de un millón de personas, carece del más elemental de los servicios públicos.
Diecinueve días han sido más que suficientes para darnos cuenta cuán ineficientes son los funcionarios de alto rango de Sedapal y cuán incapaz de poner las cosas en orden es el ministro de Vivienda.
En 19 días se ha anunciado varias veces el restableciendo del servicio y la promesa no se ha cumplido. Cientos de miles de personas cada día y cada noche tienen que salir, baldes en mano, a buscar agua que terminan comprando a precios exorbitantes. Y un agua mala, no apta para consumo, que es vendida por buitres sin escrúpulos que están haciendo negocio a costa de la desesperación ajena.
Por eso la gente de San Juan de Lurigancho se siente maltratada. Porque a la falta de agua se suman la falta de información y la falta de respeto.
Los especialistas del Colegio de Ingenieros del Perú dicen que el tubo matriz de desagüe del distrito colapsó porque antes se había dañado un tubo colector menor, llamado La Huayrona, y que esa fuga debilitó el terreno sobre el que estaba asentada una tubería que debía durar 80 años y no resistió ni 5.
Los ingenieros dicen que todo esto ha ocurrido porque los tubos están pegados a la línea del Metro a lo largo de 4 kilómetros y que las vibraciones y el peso de la estructura no fueron tomadas en cuenta a la hora de hacer la obra.
Nada garantiza entonces que así como el tubo colapsó en la estación Pirámide del Sol, también pueda romperse en otros puntos.
No basta entonces con parchar el tubo roto en Pirámide del Sol. Lo más probable es que se tenga que correr el tubo lejos del tren y esa obra puede llevar meses de meses.
¿Qué se hará entonces con el agua potable, que no se puede soltar? ¿Tendrán que vivir sin agua en San Juan de Lurigancho por solo Dios sabe cuántos meses?
La situación es complicada, alarmante e indignante.
La pregunta es por qué Sedapal permitió que esta obra construida por Odebrecht y Graña y Montero se hiciera como se hizo y dónde estaba la supervisora que debía calcular todos los riesgos.
Y dónde estaba Sedapal cuando empezó a hundirse la pista y ya había señales de que algo estaba mal.
Y uno se pregunta qué hubiera pasado si esto ocurría en San Isidro y no en un distrito de emprendedores y de pobres como San Juan de Lurigancho.
Si la casa inundada con agua con caca (que suena horrible pero fue lo que ocurrió) no era de la señora que tiene una bodeguita, sino la de un ejecutivo de Odebrecht.
Y uno se imagina qué harían sin agua durante 19 días los directivos de Sedapal y de Graña y Montero, responsables directos de lo que está pasando en San Juan de Lurigancho.
Habría que empezar por sacar de Sedapal y del Ministerio de Vivienda a quienes han probado no estar a la altura de las circunstancias y por no hablarle claro a la gente de lo que les espera, pero sobre todo por no asumir compromisos y cumplirlos.
Todo se resume finalmente a una sola cosa: tratar a la gente de San Juan de Lurigancho con respeto.
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