OPINIÓN | Nicolás Lúcar: claves sobre Venezuela
La idea era más o menos esta: se llevaba ayuda dizque humanitaria a las fronteras de Venezuela con Colombia y Brasil. El punto crítico sería Cúcuta de lado colombiano. El día anterior se haría en ese lugar un tremendo concierto con cantantes famosos de diversos países. Maduro negaría el paso de la ayuda humanitaria, si esto ocurría con violencia mejor. La actitud de Maduro se consideraría entonces un delito de lesa humanidad y con ello se abría el camino para una intervención militar extranjera.
Las cosas empezaron a ocurrir tal como se esperaba. Guaidó se trasladó a Cúcuta, para encabezar desde ahí su regreso triunfal a Venezuela. El concierto fue un éxito, con los presidentes de Chile, Colombia y Paraguay presentes. El evento fue masivo, pero los asistentes que fueron a escuchar a las estrellas el 22, no estaban al día siguiente en la frontera reclamando el pase de la ayuda. Igual se intentó pasar algunos camiones, pero no lo lograron. Dos de ellos fueron incendiados. Según Guaidó, quemados por la insania de los chavistas; la versión de Maduro es que el fuego lo causaron los propios seguidores de Guaidó. Según este último, 160 miembros de las fuerzas armadas y policiales chavistas desertaron y pasaron la frontera para unirse a él. Pero el desborde popular que se suponía iba a ocurrir nunca llegó. Más allá de incidentes realmente menores, el histórico 23 de febrero pasó sin pena ni gloria.
El que no pareció darse cuenta de lo ocurrido fue Juan Guaidó, que desde Twitter proclamaba que la opción de intervención militar extranjera quedaba abierta.
En Bogotá se encontró con el Grupo de Lima, convenientemente convocado, al que se sumó el mismísimo vicepresidente de los Estados Unidos de América, Mike Pence.
Lo que venía era la intervención militar de Venezuela desde Colombia y Brasil.
Pero no pudieron seguir adelante. Porque una decisión de esa naturaleza no solo supone cerrar las opciones de diálogo que se han propuesto desde Montevideo, Europa y el Vaticano, sino que abriría la puerta a una guerra regional y podría generar una crisis mundial que, sin exagerar, pondría en riesgo la paz mundial.
Una guerra como la que pretende Donald Trump en Venezuela, no puede declararse sin llevar esto al debate en los parlamentos de los países miembros del Club de Lima y al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Pero lo más importante es que una decisión de esta naturaleza no puede aplicarse a espaldas de la voluntad de la inmensa mayoría de los latinoamericanos que no queremos una guerra en nuestro continente.
Menos aun cuando ya el propio Maduro se resignó a recibir ayuda humanitaria a través de la Unión Europea y que se convoque a elecciones.
Está claro que el gobierno de Nicolás Maduro ha llegado a un punto insostenible, que la solución a la crisis venezolana pasa por su renuncia y la instauración de un gobierno de transición que asuma como tareas prioritarias la convocatoria a elecciones generales aceptadas por todos como legítimas (escenario solo posible con la intervención de las Naciones Unidas ), que inmediatamente restablezca el flujo de abastecimiento de los productos e insumos básicos que permita a los venezolanos tener acceso a alimentación y medicinas y que organice el retorno de los millones de venezolanos que se fueron huyendo de la crisis.
Esta debería ser la agenda de una mesa de diálogo entre la oposición a Maduro y el chavismo, que nuestra diplomacia debería promover. Ya es hora de que nuestra Cancillería deje de lado el triste papel que está desempeñando, de voceros incondicionales de una torpe política exterior dictada desde Washington y que no ha sido consultada a los peruanos.
Nunca deberíamos olvidar que para sacar a los rusos de Afganistán, los gringos financiaron y armaron a los talibanes.
No deberíamos olvidar tampoco que para enfrentar la revolución Islámica de los Ayatolas en Irán, los norteamericanos armaron hasta los dientes a Sadam Hussein y convirtieron al de Irak en uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Para no citar sus fracasos. En aviva, Vietnam y ahora último en Siria.
No, de diplomacia los gringos no tienen nada que enseñarnos. Nosotros tenemos una tradición propia que debería enorgullecernos, porque en la diplomacia también hemos tenido héroes como Raúl Porras Barrenechea. Es su ejemplo el que debería inspirar a nuestros diplomáticos. Ya es hora.