OPINIÓN | Nicolás Lúcar: los 100 años del Tucán
Luis Bedoya Reyes cumplió ayer 100 años y habló de la soledad que se siente al llegar a una edad donde la mayor parte de tus contemporáneos ya no están. Cuando aquellos con quienes estudiaste, compartiste ilusiones y sueños, con quienes celebraste tus victorias y lloraste tus derrotas, ya se han ido.
El Tucán ha pronunciado el que probablemente haya sido el último discurso de su agitada e ingrata vida política.
Fundó el Partido Popular Cristiano, un partido importante en la vida nacional, del que se desprendieron luego movimientos tan poderosos como Somos Lima y Chimpum Callao, y que ha seguido luego desgranándose hasta el punto de encontrarse en peligro de extinción.
Fue alcalde de Lima dos veces, renunció a presidir la Asamblea Constituyente a favor de Víctor Raúl Haya de la Torre, pero nunca logró la Presidencia de la República.
¿Cómo hubiera sido nuestra historia si Bedoya tomaba las riendas del país? Nunca lo sabremos y con esa nostalgia de lo que nunca ocurrió está llegando al final de su vida este orador extraordinario y político sagaz.
Detrás de esa sonrisa que parece tatuada en su rostro, detrás de ese humor viperino que no parece abandonarlo nunca, se oculta en realidad una gran frustración, la de un hombre que nunca alcanzó el objetivo que persiguió toda la vida y para el que se sentía estaba predestinado.
Bedoya es un hijo de la educación pública peruana, de cuando esta alcanzaba la excelencia. El Colegio Guadalupe y la Universidad Mayor de San Marcos lo hicieron ese hombre culto, informado y comprometido con su tiempo en que se convirtió.
Esa educación que en el Perú de hoy ha sido fulminada por la mediocridad y el abandono.
Ayer, Luis Bedoya Reyes le preguntaba a los asistentes a un almuerzo en su honor por qué habíamos perdido el paso ante países como Corea del Sur, que no era más que nosotros hace 50 años.
Bedoya invocó a la construcción de una clase media sin la cual la democracia y el progreso no son posibles, pero no habló de la corrupción que está mandando a la cárcel y al desprecio a la clase dirigente del país ni habló de cómo hemos perdido el carro de la historia una vez más en los últimos 25 años de boom minero, como ocurrió antes con el guano y con el caucho.
Escuché ayer íntegro el discurso de este hombre que se está despidiendo y volví a tener la misma sensación que me transmitió hace 20 años cuando lo entrevisté para la televisión. El del desencuentro entre un hombre que pudo darle un destino distinto al Perú y el de un país que perdió la oportunidad de tener algo mejor a las miserias disfrazadas de política que hemos sufrido.