Opinión | Mons. Javier del Río Alba: Para salir de la crisis nacional
Comenzamos el mes de octubre, en el que millones de peruanos dirigimos nuestra mirada a la bella imagen del Señor de los Milagros. Al contemplarla, vemos el corazón de Jesús sangrando, traspasado por la lanza de nuestros pecados. Un corazón partido. En él vemos reflejada la situación del Perú, partido por la división humanamente insalvable en torno a la política, con graves consecuencias en la vida social y en la economía del país. Hasta hace poco, el Banco Central de Reserva había proyectado que el crecimiento económico del país sería del 4% este año, que ya era muy bajo para lo que el Perú puede dar y necesita. Pese a ello, hace poco más de una semana el mismo Banco ha reducido esa proyección al 2.7%, lo que significa que se dejará de crear y se perderán cientos de miles de puestos de trabajo, es decir que cientos de miles de padres y madres de familia no tendrán los ingresos necesarios para mantener dignamente a sus hijos y similar cantidad de jóvenes no podrán incorporarse al mercado laboral. Como siempre, los más afectados serán nuestros compatriotas más pobres y necesitados.
Ante esta dolorosa realidad, causada en gran parte por enfrentamientos estériles entre peruanos, nos vendría muy bien dejarnos ayudar por el Magisterio de la Iglesia que nos brinda valiosas orientaciones para salir de la crisis en la que nos encontramos y vivir en una sociedad armónica, en democracia, justicia y paz. Entre esas orientaciones destaca lo que el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia llama la “vía de la caridad”, que debe ser el criterio supremo y universal de toda la vida social (n. 204). En efecto, para ser ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la dignidad del hombre, la convivencia humana necesita ser vivificada por el amor “que hace sentir como propias las necesidades y exigencias de los demás e intensifica cada vez más la comunión” (n. 205). Sin la caridad, los hombres corremos el riesgo de entramparnos en una supuesta justicia que, como hemos visto en estos días, cada uno pretende instaurar en base a su propia interpretación de los hechos y de la ley, cayendo así en discusiones de corte farisaico que terminan condenando a los que piensan distinto. Como dice el citado Compendio de DSI: “Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de estipulaciones lograrán persuadir a hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y la paz; ningún argumento podrá superar el apelo de la caridad” (n. 207). En otras palabras, solo el amor tiene la fuerza y la creatividad suficientes para hacer posible que personas que tienen distintos puntos de vista e intereses sean capaces de afrontar juntos los problemas de la sociedad, renovar las estructuras y los ordenamientos jurídicos, pensando en el bien común de la nación.
En este mes de octubre los invito a que, al contemplar la imagen del Señor de los Milagros, reconozcamos en ella que la única fuente del verdadero amor es Dios y que solo viviendo en comunión con Él podemos vivir en comunión entre nosotros. “Un reino dividido no puede subsistir”, dice Jesús (Mc 3,24). Las divisiones entre peruanos no hacen bien a nadie; por el contrario, todos perdemos. Pidámosle al Cristo moreno, verdaderamente milagroso, la gracia de superar las divisiones y rencores que pueden terminar haciendo del Perú un país ingobernable, una sociedad fracturada, una nación en permanente estado de frustración. Abramos el corazón al amor misericordioso de Dios que, yendo más allá de la mera justicia, hace posible el perdón mutuo, cura las heridas y nos restituye la dignidad de ser sus hijos y, por tanto, hermanos unos de otros, unidos en la esperanza de construir el Perú que Él desea para nosotros.