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OPINIÓN | María del Pilar Tello: escuchar a la gente

Si las urgencias del país no son atendidas las movilizaciones masivas podrían escalar y la inestabilidad política estaría cerca.
Martín-Vizcarra-2-1
19-05-2019

No encontramos ni vencedores ni vencidos en este escenario político donde pasamos cotidianamente de la indignación a la pena y al estupor por la corrupción multiforme y ubicua. Esta semana fuimos espectadores de un melodrama con sabor a cinismo o a desequilibrio mental cuando vimos la confesión mediática de Susana Villarán y después la sólida decisión judicial que la llevó del banquillo a la cárcel preventiva. La ex alcaldesa asumió su conducta delictiva sin conciencia y sin remordimientos, pretendiendo causas superiores para actuar fuera de la ley. Incluso afirmando que lo volvería a hacer en similares circunstancias.

El golpe moral que con todo esto recibe la nación es indescriptible. Ahora sabemos que en el post fujimorismo la corrupción sembrada durante los noventa prosperó y dio frutos, que varios presidentes se alinearon con las ambiciones y la criminalidad, que nunca hubo propósito de enmienda y que la política como botín se ha enseñoreado en nuestro país con el dramático riesgo de convertirnos en un estado fallido que se deja robar y usurpar los pocos o muchos recursos que tiene para proteger a sus ciudadanos y atender sus derechos fundamentales.

Si hubiéramos aprendido la lección de la década fujimontesinista otro sería el cantar. El gobierno transitorio de Martin Vizcarra no sigue las huellas del otro cercano gobernante de transición que fue Valentín Paniagua, modélico en orden y honestidad. Continúa, bajo el impacto inmoral de los vladivideos, la certeza de que todos, autoridades y gobernantes, tienen un precio para comprar y vender sus funciones sean éstas originadas por elección popular o por designación.

Dejamos atrás el referéndum de diciembre, exitoso para el presidente que considera que ahora es el momento de las reformas judicial y política que por ser de fondo necesitan tiempo y reflexión, no apresuramiento. Más aún cuando la gente está más preocupada por la subsistencia, por la salud y la alimentación y sobre todo por la seguridad. Muy pocos se compran las promesas de un gobierno que se pretende anticorrupción y reformista por encima de sus obligaciones esenciales. ¿Es esa la forma de resolver la aguda crisis ética, política y social del sistema?

Mientras la confianza se sigue desgranando hasta casi desaparecer, el Ejecutivo y el Parlamento discuten sin conectar con el interés de la gente. A nadie importa que hoy se imponga Vizcarra y mañana retorne el fujimorismo fortalecido al control del Congreso. Les da igual porque ninguno responde a la agenda social que reclaman. Hay temor a la inseguridad y a la violencia que han hecho de los programas informativos una crónica roja permanente. Todo es robo, raqueteo, asaltos y violencia criminal. Nadie está seguro ni en las calles ni en sus casas. Si Sendero y el MRTA flagelaron la sociedad durante dos décadas ese récord está siendo alcanzado por la delincuencia que nos tiene sitiados y va hacia más en intensidad y peligrosidad.

Este escenario hace difícil, si no imposible que la agenda gubernamental de reformas se imponga. Bien por la reunión de los dos poderes que impulsó el Primer Ministro pero similar confluencia debería darse para gestar una agenda legislativa única que permita al Ejecutivo y a los parlamentarios atender lo que pide la gente. La anticorrupción y las reformas política y judicial son muy importantes pero no más que las necesidades concretas de una población jaqueada en lo ético y en lo material. Si estas urgencias no son atendidas las movilizaciones masivas podrían escalar y la inestabilidad política estaría cerca. Señor Vizcarra es la hora de gobernar y de escuchar. No de pechar ni de pelear.