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OPINIÓN | María del Pilar Tello: asesinato moral

Retomemos nuestra humanidad y como dijo Hugo Neira, respeten una decisión suprema como es la del suicidio.
Alan-garcia5
21-04-2019

El honor fue siempre lo más importante para Alan García Pérez, el políti­co que ganó su dimensión en la historia desde muy joven y que se ha ido por voluntad propia para defenderse de la indignidad.

Es “Una fuerza de la naturaleza” escribió el legendario periodista fran­cés Marcel Niedergang en Le Monde cuando asistió a la juramentación, en 1985, del presidente peruano más joven de la historia. Se refería a la fuerza de su juventud y al verbo flamígero que unido a su carisma le ganó la admiración suprema pero también inmensas envidias y odios de enemigos y adversarios. Muchos vivieron de la notoriedad de los ataques que fueron aumentando siste­máticamente para tratar de expulsarlo del corazón de los peruanos.

No lo lograron. Quienes lo buscaban como un ansiado trofeo que querían compulsivamente tras las rejas, lo inspiraron a preferir la muerte al oprobio. Prometió que nunca lo verían “enmarrocado” y lo cumplió al costo más alto que es la propia vida. Rechazó la humillación ostensiblemente programada y el maltrato que no tuvo en cuenta que fue dos veces presidente, portador de honores, soberanía y de la confianza del pueblo.

Esta democracia, y la patria que tantas veces defendió, al final sólo le ofrecía el chaleco del detenido y las decisiones arbitrarias sin respeto a la presunción de inocencia. Se proclamó inocente y como tal no quiso prestarse para la película que sus enemigos habían prefigurado para las portadas y las pantallas. Simple­mente no lo permitió.

Los acusó de asesinato moral. El encarnizamiento lindó con lo delictivo, bus­caron destruirlo y liquidarlo moral y espiritualmente. Y aunque sus enemigos lo siguieron atacando innoblemente mientras agonizaba, en clara demostra­ción de barbarie, sabían que su siniestro plan ya era fallido. Mientras el suicidio de García daba la vuelta al mundo y los apristas se unían en el dolor, llegaban las respetuosas condolencias internacionales por la inesperada partida del lí­der democrático, el que siempre respetó el estado de derecho, que nunca per­siguió a sus enemigos ni pretendió perpetuarse en el poder.

“Los derroté nuevamente” escribió el ex mandatario en su sentida y contun­dente carta de despedida en la cual enrostró a sus enemigos su afán por humi­llarlo y vejarlo. Y volvió a proclamar su inocencia, dejando para la posteridad la seguridad de que las investigaciones solo encontrarán especulaciones y frus­traciones. ¿Quién miente al borde de su muerte?

El gobierno de Martín Vizcarra, así como el Ministerio Público están bajo cues­tionamiento por el exceso de tratar de detener a un ex presidente sin pruebas ni acusación fiscal.

Alan García Pérez, atacado y cuestionado encarnizadamente, debió enfrentar incluso la división en sus filas partidarias que ante su trágica e injusta partida nuevamente están unidas alrededor del símbolo de orgullo que él quiso dejar­les. El APRA renace en la protesta y el dolor. Vimos un pueblo inmensamente apenado formado en disciplinadas filas durante horas para decir adiós a su líder. Su suicidio fue su última proclama de unidad y de protesta.

Ojalá sirva para que la patria que tanto mencionó en sus discursos pueda su­perar esta etapa de atropello indiscriminado. Porque la lucha contra la corrup­ción debe cumplirse con respeto a las garantías, derechos y libertades. Que las investigaciones prosigan pero que las cárceles no se llenen de presuntos culpables. El honor y la libertad son valores intangibles. Retomemos nuestra humanidad y como dijo Hugo Neira, respeten una decisión suprema como es la del suicidio.