OPINIÓN | María del Pilar Tello: asesinato moral
El honor fue siempre lo más importante para Alan García Pérez, el político que ganó su dimensión en la historia desde muy joven y que se ha ido por voluntad propia para defenderse de la indignidad.
Es “Una fuerza de la naturaleza” escribió el legendario periodista francés Marcel Niedergang en Le Monde cuando asistió a la juramentación, en 1985, del presidente peruano más joven de la historia. Se refería a la fuerza de su juventud y al verbo flamígero que unido a su carisma le ganó la admiración suprema pero también inmensas envidias y odios de enemigos y adversarios. Muchos vivieron de la notoriedad de los ataques que fueron aumentando sistemáticamente para tratar de expulsarlo del corazón de los peruanos.
No lo lograron. Quienes lo buscaban como un ansiado trofeo que querían compulsivamente tras las rejas, lo inspiraron a preferir la muerte al oprobio. Prometió que nunca lo verían “enmarrocado” y lo cumplió al costo más alto que es la propia vida. Rechazó la humillación ostensiblemente programada y el maltrato que no tuvo en cuenta que fue dos veces presidente, portador de honores, soberanía y de la confianza del pueblo.
Esta democracia, y la patria que tantas veces defendió, al final sólo le ofrecía el chaleco del detenido y las decisiones arbitrarias sin respeto a la presunción de inocencia. Se proclamó inocente y como tal no quiso prestarse para la película que sus enemigos habían prefigurado para las portadas y las pantallas. Simplemente no lo permitió.
Los acusó de asesinato moral. El encarnizamiento lindó con lo delictivo, buscaron destruirlo y liquidarlo moral y espiritualmente. Y aunque sus enemigos lo siguieron atacando innoblemente mientras agonizaba, en clara demostración de barbarie, sabían que su siniestro plan ya era fallido. Mientras el suicidio de García daba la vuelta al mundo y los apristas se unían en el dolor, llegaban las respetuosas condolencias internacionales por la inesperada partida del líder democrático, el que siempre respetó el estado de derecho, que nunca persiguió a sus enemigos ni pretendió perpetuarse en el poder.
“Los derroté nuevamente” escribió el ex mandatario en su sentida y contundente carta de despedida en la cual enrostró a sus enemigos su afán por humillarlo y vejarlo. Y volvió a proclamar su inocencia, dejando para la posteridad la seguridad de que las investigaciones solo encontrarán especulaciones y frustraciones. ¿Quién miente al borde de su muerte?
El gobierno de Martín Vizcarra, así como el Ministerio Público están bajo cuestionamiento por el exceso de tratar de detener a un ex presidente sin pruebas ni acusación fiscal.
Alan García Pérez, atacado y cuestionado encarnizadamente, debió enfrentar incluso la división en sus filas partidarias que ante su trágica e injusta partida nuevamente están unidas alrededor del símbolo de orgullo que él quiso dejarles. El APRA renace en la protesta y el dolor. Vimos un pueblo inmensamente apenado formado en disciplinadas filas durante horas para decir adiós a su líder. Su suicidio fue su última proclama de unidad y de protesta.
Ojalá sirva para que la patria que tanto mencionó en sus discursos pueda superar esta etapa de atropello indiscriminado. Porque la lucha contra la corrupción debe cumplirse con respeto a las garantías, derechos y libertades. Que las investigaciones prosigan pero que las cárceles no se llenen de presuntos culpables. El honor y la libertad son valores intangibles. Retomemos nuestra humanidad y como dijo Hugo Neira, respeten una decisión suprema como es la del suicidio.