OPINIÓN | Julio Schiappa Pietra: Mesa política para dar salida a la crisis
El fundamentalismo político propone inamovibles verdades que a veces paralizan las sociedades y no sirven para resolver las crisis. Es el caso del fundamentalismo constitucionalista peruano, que en voz de abogados, parlamentarios, comentaristas y líderes políticos, hoy apela a la Carta Magna como solución para todos los males del país. Es la moda, si no lo dice la Constitución, no existe.
Según el valioso librito titulado Diez Mitos de la Democracia “hay política porque no todos los problemas humanos pueden dirimirse recurriendo a procedimientos jurídicos, a premisa y soluciones neutrales, a protocolos consensuados, a mera técnica; esto es excluyendo la toma de decisiones con los ciudadanos, los agrupamientos espontáneos, la protesta casual y las manifestaciones”.
Ojo, los autores, Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón, son españoles, partidarios de un “tercer liberalismo” que propone que no todos los procesos políticos pasan por el derecho y que el poder de las calles y la opinión pública tiene un valor constituyente. Eso, advierten, aunque a veces, un Estado no puede hacer lo que las masas quieren. Ponen el ejemplo de Cataluña y su movimiento independentista, afirman que hay casos “que no se pueden resolver con una mayoría de 50% más 1, ni con 50% más dos”.
Peruanizando el ejemplo de los autores, si Puno planteara su independencia del Estado peruano, tendría que imponerse el respeto a la Constitución. Hay un límite, que es el interés de todos los que conformamos la nación frente al interés particular.
En tiempos en que la situación ocupacional y política de los representantes elegidos se opone al interés de una mayoría de 78%, que apoya el adelanto de elecciones, los fundamentalistas afirman el respeto literal a la Constitución de 1993 y su interpretación en clave bíblica.
¿Qué prima en un caso así? ¿La letra de la Constitución o la voz del pueblo? Evidentemente, lo segundo porque la voluntad del pueblo es la principal fuerza constituyente de un país, y en situaciones excepcionales -como la que vive el Perú- debe ser atendida. Vivimos nada menos que la necropsia del sistema político y económico nacido con la Constitución de 1993, en plena dictadura.
¿Cuál es el camino a seguir que propone este modesto columnista? Crear una Mesa de Diálogo Político presidida por los presidentes del Congreso y el Ejecutivo, con todos los partidos políticos, que prepare las condiciones para un proceso electoral, similar al del año 2000, pactando una transferencia del poder ordenada y transparente.
Creo que la fecha de elecciones debe dar tiempo a que los partidos y candidatos enfrenten el reto electoral con todo un proceso de renovación aprobado por el Congreso. Podría ser noviembre 2020 la primera vuelta y el 9 de diciembre, aniversario de la batalla de Ayacucho, la segunda, que consagre un nuevo mandato democrático y nos enrumbe al Bicentenario. Esa salida es una oportunidad para el Perú superando a los empíricos, incendiarios, congelados y fundamentalistas que medran de la demagocia y el populismo.