29/04/2020 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
En estos días se han hecho evidentes todas las ineficiencias del estado, la profunda corrupción en todos sus niveles, la falta total de líderes políticos de fuste, siendo Vizcarra la solitaria excepción, o líderes empresariales con vuelo más allá de sus negocios.
La miseria, como un látigo, nos azota para recordarnos que hay demasiados ciudadanos de segunda clase en el país. Primer acto del drama. Los caminantes, refugiados económicos internos, huyen, como en el África Subsahariana de una sociedad que no los incluye.
Los despiden los negocios, que cobrarán luego préstamos avalados por el Estado. Los desalojan de cuartuchos alquilados, sin que haya autoridades que atinen a defenderlos. Se viene, estos días, una segunda ola de desalojos.
Un segundo acto del drama corresponde a los abandonados de los cerros, el sector C. Los que no aparecen ni siquiera en las encuestas, hechas
por Internet por IPSOS e IEP.
Un ejemplo conmovedor, que ilustra cómo viven los peruanos del sector E, es el caso de las madres de un asentamiento humano ubicado junto a un penal al norte de Lima.
Suben con sus niños casi un kilómetro cerro arriba para captar los programas de Yo Aprendo en Casa. El bloqueador de celulares de Castro Castro bloquea los celulares en sus viviendas.
Terrible injusticia digital no haber sido tomados en cuenta por la empresa que le vendió los bloqueadores al Estado. Típicos peruanos de segunda. Una tercera escena del drama del C19 es lo que pasa con los informales.
Todos declaran que se mueren de hambre, que sus negocios están en la lona. Muchos de la élite política, mediática y empresarial recién descubren, con sorpresa, que los informales y sus negocios son el corazón real del Perú.
Y que las MYPES y microempresas dan trabajo a la mayoría de la población. Por eso las canastas, ni los bonos les llegan, recién los han registrado en un padrón para darles algo.
Siendo el principal problema social del país, no hay Estado que les reconozca derechos económicos y sociales. Son tratados como esclavos en pleno Siglo XXI. Nadie, entre congresistas, alcaldes y gobernadores, parece haber leído al gran Alfredo Matos Mar, que dijo que ellos eran “el nuevo rostro del Perú”.
Por eso los persiguen sin entender que son la parte más esencial del país. El cuarto episodio de este drama es el de la Policía Nacional. Sometidos a un anacrónico régimen militarizado tienen derecho al voto, pero no son tratados como ciudadanos.
¿En qué institución policial del mundo se considera “falta de respeto al superior” objetar órdenes ilegales? ¿O está prohibido denunciar a los superiores que roban exponiendo a la muerte a sus comandados?
Las colas de hace una semana en el Hospital de Policía del Rímac, con efectivos infectados parados al sol por horas, son expresión de que esa vieja policía debe morir. Los policías pueden ser héroes, no mártires. Son ciudadanos con derechos.
Estas son solo unas pinceladas de la gigantesca acuarela sobre el país que esta crisis está pintando. Al terminar esta crisis, dudo que los actores de estas cuatro escenas quieran seguir viviendo como los peruanos de segunda de siempre.