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Opinión I Eduardo González Viaña: Rolando Andrade, el educador

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06-11-2019

Cuando nos conocimos, Rolando Andrade Talledo estaba en la Universidad de San Marcos; yo en la de Trujillo. Él leía 'Siddhartha' y yo estaba fascinado con 'El lobo estepario'.

Herman Hesse, autor de ambos libros, nos presentó.

A lo largo de nuestras vidas, lo que leíamos se entreveró con lo que hacíamos ¿cómo transformar en realidad las reflexiones del Buda? - se preguntó mi amigo. Por mi parte la autodescripción de Harry Haller se convirtió en obsesión en cada una de mis novelas.

Hay, sin embargo, algo que es definitivo en nuestros caminos. Rolando Andrade Talledo se llevó mi ejemplar del Lobo Estepario y nunca me lo devolvió.

El lector de Siddhartha terminó Filosofía en San Marcos y se fue a doctorar en Suiza en Psicología de la Inteligencia, dirigido por el maestro Jean Piaget. Regresó al Perú casado con algunas ideas y con Elizabeth Poisson Quinton. Con ella, tuvo a Carlos y a Sebastián.

El cambio revolucionario peruano de 1968 a 1975 envolvió a nuestra generación, y nos enrolamos en ella todos los jóvenes intelectuales que teníamos algo que dar o que decir.

Al lado del filósofo Augusto Salazar Bondy, Rolando participó en la Reforma de la Educación. Todo cambió en esa época en la pedagogía peruana. Los libros distribuidos por el ministerio admitieron por primera vez rostros mestizos en sus ilustraciones. Los niños del Perú dejaron de ser lo que nunca habían sido, gringuitos satisfechos, para convertirse en toda la diversidad de cholitos que somos, es decir, se nos dio a conocer nuestro rostro de verdad.

Por su parte, el héroe excluido, Túpac Amaru, apareció en los libros para mostrar las raíces y las proyecciones de nuestra historia y de nuestro destino. El verdadero Bicentenario se celebró entonces.

“Una vida fácil, un fácil amor, una muerte fácil, no eran cosas para mí”. Eso es lo que decía el lobo estepario, y lo que Rolando tomó y vivió al pie de la letra. Ha fallecido luego de larga enfermedad, asistido por Patricia, su segunda esposa y por María Belén, su última hija.

Ayer, en su velorio, me enteré de que el inseparable Raúl Vargas -allí presente- se había quedado con mi libro. Supe además que muchas de nuestras conversaciones quedaban interrumpidas y que para siempre mi biblioteca tendrá un lugar vacío mientras disminuye el conjunto de mis amigos más queridos.