OPINIÓN | Gustavo Pino: "Tres historias de cuarentena"
La primera corresponde a Josy (24) que llegó a Lima desde a Arequipa para estudiar barismo. Disfrutó de la libertad de las calles por una semana. Su primera experiencia lejos del hogar, de la familia.
En un inicio, intentó regresar a su ciudad; pero se propuso esperar a que la situación se calmase. Al darse cuenta de la gravedad, buscó pasajes en aerolíneas sin efecto positivo. Lleva un poco más de un mes de encierro.
Las primeras semanas presentó síntomas de estar infectada con COVID-19. Probó suerte con remedios caseros: sopa de jengibre (kion), agua hirviendo con sal y limón.
Luego siguieron las pastillas comunes para combatir un resfriado. Días después se empezó a sentir mejor; aunque el malestar en la garganta, no se le quita.
Creemos que ya está mejor; sin embargo, nadie en la casa podría asegurarlo. Ahora, ella solo espera que el Estado le brinde una posibilidad para retornar con su familia.
En las mañanas se escuchan saltos en la azotea y gritos de una instructora deportiva en una transmisión en vivo por Instagram. Es Pepe (42). Corredor de ultramaratón y escalador profesional.
Solía entrenar a diario en el Morro Solar de Chorrillos. Es como un niño luego de una barra de chocolate. Por momentos se le ve prendido al celular con una película en el televisor, levanta la vista de rato en rato para luego regresar a la pantalla que reproduce alguna carrera que se daría en estas fechas. Añoranza. «Iba a estar en esta competencia, mira», suele contar en los almuerzos compartidos.
También dirige una empresa que brinda servicios de arquitectura comercial. En las últimas semanas, comenta, que los ingresos se han reducido de golpe. «No me quedó de otra que liquidar a las personas que cumplían su contrato».Es probable que su negocio no sobreviva un mes más a esta emergencia
Lleva aproximadamente un mes y medio en Perú. Es de Venezuela. Tiene esa afición extraña por los libros, el cine y las buenas costumbres. Trabaja en una agencia de bienes raíces. Dalice (45) suele aparecer de forma calculada en las áreas comunes de la casa.
Tiene miedo de que la pandemia se extienda a su territorio limitado a cuatro paredes. «Si nos agarra el virus, ustedes tienen para dónde ir; yo no, coño», comentó en una reunión pactada para establecer las normas de convivencia y aseo.
Los primeros días en los que se declaró el Estado de Emergencia, los salvamos con un juego de mesa que ella compró. Hoy, se nos es difícil juntarnos. El temor se ha expandido en los rincones de la casa