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OPINIÓN| Edwin Sarmiento: Cosas de la vida

Cuando estuve a punto de conocerlo se murió. Me hubiera gustado abrazarlo y decirle gracias, querido Eduardo, por ayudarme a conocer mejor a Latinoamérica.

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05/04/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023

Cuando estuve a punto de conocerlo se murió. Me hubiera gustado abrazarlo y decirle gracias, querido Eduardo, por ayudarme a conocer mejor a Latinoamérica. Fui un lector compulsivo de todo cuanto escribía. Sabía de él tanto como se sabe del hermano que uno quiere. Mucho después de llevarlo conmigo a mis viajes de paseo, de trabajo y hasta a la playa en los inviernos limeños de antaño, me enteré que era uruguayo, que era un escritor de pluma limpia e impecable, un periodista y más que un periodista, un cronista de las luchas obreras, campesinas e indígenas y de los buenos. Decían los entendidos que sus libros, leídos por millones en el mundo, eran, en realidad, obras de coraje y dignidad. Me gustaba su estilo. Tú podías devorar su libro en una sola noche o tal vez en dos, si no estabas muy apurado. Cuando cayó a mis manos Las venas abiertas de América Latina, nunca más pude dormir. Me despertó para siempre. Tremendo ensayo para entender por qué padecemos tanto los pueblos pobres de AL.Y qué futuro nos espera si no lo reconocemos clarito al enemigo que lo tenemos en el norte de este continente, como dominando gran parte del mundo. Ah, las “Venas abiertas...” si por ti dejé a la muchacha que prefería a los Beatles y se negaba a conocer la realidad de mi país creyendo yo no la podía hacer feliz con mis sueños de buscar justica para los más justos de la tierra. Ella que amaba al Santo Padre más que a mí mismo me puso la cruz para siempre cuando le cité este texto tomado de Galeano: "Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: 'Cierren los ojos y recen'. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia".

A Eduardo Galeano lo seguí más a menudo desde los florecientes años de los 70 cuando gobernaba el Perú Juan Velasco Alvarado y yo me sentía útil en la vida, cantando “Venceremos” del grupo Inti Illimani y escuchando, entre clase y clase en la universidad, a Salvador Allende. Llegaban a mis manos las revistas Marcha y Crisis, dirigidas por Galeano. Tremendas revistas de la época, en las que se daban cita los mejores intelectuales y escritores de izquierda del mundo. Galeano era el personaje obligado de nuestras citas en los debates de la universidad y en la vida para inflar nuestro ego, a veces colosal como el de Alan, y advertir que andábamos debidamente documentados. Sus libros, muchos de ellos traducidos a una veintena de idiomas en el mundo, eran buscados por nosotros en librerías exclusivas o populares de esas que se exhibían en las calles cercanas al Queirolo, Cercado de Lima. No había otra. Su libro Bocas del tiempo (verdadera joya literaria) lo encontré, hace poquito, en La Habana, entre libros usados, subrayado con plumón. A las claras se le veía haber sido leído. Así fue Galeano a quien al nacer le pusieron más nombres de los que necesitaba: Eduardo Germán María Hughes Galeano, quien al renacer de un suicidio fallido a los 19 años, se reinventó solo como Eduardo Galeano. Nunca lo conocí, personalmente, siempre lo consideré mi padre, mi amigo, mi referente mayor, hasta que murió a los 75 años, hace cuatro años atrás. Así fue la nuez.

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